miércoles, 29 de diciembre de 2010
domingo, 26 de diciembre de 2010
viernes, 24 de diciembre de 2010
jueves, 23 de diciembre de 2010
La Realidad es contra lo bueno, es algo que conviene no olvidar
http://www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/gcalvo.pdf
Contra la democracia 2
"...Si uno cree en el futuro, sea en el sentido más reaccionario de que cree en el futuro de uno mismo, es decir, en el acceso a un puesto determinado en la administración del Capital o el Estado, etc., la consecución de un fin, casamiento o seguridad, o lo que sea, sea un futuro pretendidamente político, un futuro pues para el movimiento o para la colectividad a la que uno pertenece, está ya desde ahí colaborando con el Estado y el Capital, si es verdad, como he dicho, que en general Capital y Estado no son más que administradores de la muerte y por tanto son Ellos los que tienen el Futuro, los que tienen que hacer creer en él. Yo pienso que esto se deriva, simplemente, de una observación metódica muy elemental: El pueblo no puede nunca usar las armas de los señores. Es una ilusión, es la vieja ilusión jesuítica, en que tantos movimientos políticos han caído, de que se pueden usar las armas, los medios, para otros fines. No es así; los medios están cargados de fines. !Qué más querría yo que poder decir que puede haber ilusiones buenas y futuros buenos y creencias buenas en el Futuro, por oposición a los futuros malos, a las creencias malas que son siniestras y que son la muerte! Pero os estaría engañando si os dijera eso. Todos los futuros son lo mismo, todos los futuros son la muerte. ¿Cómo es esto? En cuanto imagino en mi vida, en la vida de la humanidad, un momento futuro, estoy trazando una línea de tiempo vacío. Necesariamente, estoy trazando un año de tiempo vacío, una hora de tiempo vacío. De forma que estoy contribuyendo a hacer, de la manera más inmediata, eso que os he esplicado que Ellos hacen: convertir la vida y las posibilidades abiertas en un tiempo contado de antemano, a lo que he llamado muerte"
"Fijáos bien que en una situación de lo más trivial, en una refriega amorosa mismo, puede haber un momento en que uno se reconoce simplemente impulsado por los sentimientos (no voy a decir cosas tan gloriosas como istintos, que son de los animales: digamos, sentimientos), empujado por sus sentimientos y sus sensaciones, y hay otro momento en que empieza a plantearse aquello con un fin. Empieza a plantearse el fin: "me la conquisto", "me lo conquisto", "hago esto", "hago lo otro". Y todo el mundo sabe que eso basta para que la refriega amorosa, en el ejemplo, pierda toda su gracia y se convierta en otra cosa: se convierta en un trabajo, se convierta en un truco, en una manera de llegar a ese fin. Os he puesto uno de los ejemplos más inmediatos que se pueden dar, pero, vamos, ya comprendereís que esto se estiende a todo. En cuanto uno se plantea una finalidad, un futuro, está literalmente, creando un tiempo vacío. Desde aquí hasta allí, desde aquí, en que hago el proyecto, hasta el momento en el que el proyecto se va a cumplir. Y ese tiempo vacío es el que llamo muerte, y eso es lo que he dicho que es la verdadera función de Estado y Capital: administrar la muerte. Por eso (si queréis, por desgracia; si queréis, lo digo con un suspiro)es imposible que haya futuros buenos, ideales buenos, proyectos buenos, finalidades buenas, que se opongan a las malas, o no. Es la noción misma de finalidad de futuro, de ideal que cumplir la que está condenada, de la que el pueblo no sabe nada, contra la que el pueblo está".
"Fijáos bien que en una situación de lo más trivial, en una refriega amorosa mismo, puede haber un momento en que uno se reconoce simplemente impulsado por los sentimientos (no voy a decir cosas tan gloriosas como istintos, que son de los animales: digamos, sentimientos), empujado por sus sentimientos y sus sensaciones, y hay otro momento en que empieza a plantearse aquello con un fin. Empieza a plantearse el fin: "me la conquisto", "me lo conquisto", "hago esto", "hago lo otro". Y todo el mundo sabe que eso basta para que la refriega amorosa, en el ejemplo, pierda toda su gracia y se convierta en otra cosa: se convierta en un trabajo, se convierta en un truco, en una manera de llegar a ese fin. Os he puesto uno de los ejemplos más inmediatos que se pueden dar, pero, vamos, ya comprendereís que esto se estiende a todo. En cuanto uno se plantea una finalidad, un futuro, está literalmente, creando un tiempo vacío. Desde aquí hasta allí, desde aquí, en que hago el proyecto, hasta el momento en el que el proyecto se va a cumplir. Y ese tiempo vacío es el que llamo muerte, y eso es lo que he dicho que es la verdadera función de Estado y Capital: administrar la muerte. Por eso (si queréis, por desgracia; si queréis, lo digo con un suspiro)es imposible que haya futuros buenos, ideales buenos, proyectos buenos, finalidades buenas, que se opongan a las malas, o no. Es la noción misma de finalidad de futuro, de ideal que cumplir la que está condenada, de la que el pueblo no sabe nada, contra la que el pueblo está".
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Contra la democracia
"Administrar la muerte quiere decir convertir totalmente nuestra vida, la de cada uno y la de la gente, en tiempo. Un tiempo contable, con sus números, al cual llamo muerte, porque la única vida que merecería no llamarse muerte es una vida que no fuera tiempo, una vida que no estuviera contada en horas ni en semanas ni en años. De forma que la única función esencial del Estado y del Capital es que la vida quede convertida absolutamente, totalmente, en tiempo. Un tiempo que, según el truco que todos conocéis y padecéis bien, se divide en tiempo de trabajo y tiempo de diversión".
Agustín García Calvo.
Agustín García Calvo.
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domingo, 19 de diciembre de 2010
BREVE MEDITACIÓN SOBRE EL EMBRUTECIMIENTO
José Blanco Regueira
Comenzaré leyendo la primera y la quinta acepción que registra para la palabra BRUTO el diccionario de una Institución que siempre me ha parecido un poco cómica aunque no menos conspicua y canónica. Me refiero a la Real Academia Española, cosa de risa, si se quiere, que sin embargo nos vemos obligados a tomar en serio quienes usamos la lengua de Cervantes o de esa tía artrítica que hemos de visitar todos los martes, y que también habla en español.
“Bruto, bruta. (Del latín brutus). Adjetivo. Necio, incapaz, estólido, que obra como falto de razón”. Tal es la primera de las acepciones. Mas la quinta puntualiza:
“Animal irracional. Comúnmente se entiende de los cuadrúpedos”. (De lo que cabría colegir que “comúnmente” no se juzga brutus a los bípedos, como el avestruz o la gallina, aunque por ello no llegue a atribuírseles uso alguno de razón, como a los bípedos implumes).
“Embrutecer (del latín in, en y brutescere, de brutus, bruto). Entorpecer y casi privar a uno del uso de la razón”.
Salta a la vista que quienes así osan canonizar el uso del lenguaje están muy lejos de juzgarse a sí mismos brutos o embrutecidos. Antes bien, ellos –instalados en un lenguaje normalizado del que se juzgan poseedores, sin percatarse de que más bien son por él poseídos– se adjudican el derecho de fijar un sistema de férulas capaces de sujetar al significante con “sus” significados.
Sin embargo, esa tentativa encierra siempre algo de exasperante. Fijar los usos del lenguaje es tarea tan imposible cuanto vana: no tanto porque esos usos cambian día a día (verdad de Pero Grullo que no dice nada) sino porque el lenguaje, así sea el más común de los lenguajes, se funda en una deuda impagable y arrastra consigo un déficit permanente.
Lo diré brutalmente y sin miramientos: hablar significa, por principio, contraer una deuda impagable con lo real. Hablar significa algo muy parecido a pasearse por la vida emitiendo cheques sin fondo, cheques expedidos a favor de un portador inexistente. Hablar no es otra cosa sino endeudarse con un fantasma transformado en una red o régimen de fantasmas. Digo bien red o régimen, acudiendo a metáforas de captura y dominio, ya que parece constarme que la “Realidad” no es un fantasma, sino más bien un sistema de fantasmas, una urdimbre fantasmática constituida por el lenguaje mismo, en cuya naturaleza parece sin embargo estar implicada la pretensión de asentarse como un suelo o instancia referencial.
La presente meditación arranca, cual parece obligado, del lenguaje en su uso más común. ¿Qué digo yo, qué dices tú, qué decimos tú y yo cuando decimos “bruto”? ¿Qué decimos cuando tildamos de bruto a Ramiro o de bruta a Eloísa, cuando hacemos notar que Luis o María están “embrutecidos”, o cuando afirmamos que nosotros mismos andamos en trance de embrutecimiento?
La respuesta inmediata del sentido común no difiere en nada de las definiciones de la Real Academia: Ramón es una bestia, Atanasio es un burro. Ello significa que la estulticia característica de ambos habría de pensarse por analogía con la animalidad, y de preferencia, ejemplarmente, con la animalidad de ciertos mamíferos cuadrúpedos.
Todo esto me parece tan ridículo y lamentable cual digno de pensarse. A lo mejor lo más digno de ser pensado es aquello que accede al pensamiento a partir de la exhibición del carácter bufonesco del mismo. ¿Qué es un bruto? Tal vez para contestar con juicio a esa pregunta habríamos de empezar por definir lo que es un bufón. Me parece que pensar la animalidad es empresa infinitamente más difícil que pensar el carácter bufonesco de la razón humana.
¿No será que la razón humana misma es una bufonada, una necesidad de poner en escena, es decir de re-presentar lo que se hace presente en cuanto animalidad, sin necesidad de representación alguna?
Pero independientemente de dar curso a esa pregunta –cosa que hice ya en otra parte y que aquí mismo no haré– me limitaré a señalar dos ideas directrices para conducir la presente meditación. La primera de ellas podría formularse así: ningún efecto de humano embrutecimiento puede ser pensable apoyándose en el establecimiento de analogías con las conductas de aquellos seres inhumanos que cierta metafísica definió como “brutos”. Y la segunda sería la siguiente: que todo efecto de embrutecimiento en una sociedad humana proviene siempre –y en cualquier tesitura– de un uso humanísimo de la razón.
El embrutecimiento del hombre (o del homínido), lejos de sus resultados de un debilitamiento de sus capacidades racionales, constituye la realización perfecta de la exacerbación de las mismas. Lo que significaría que el destino de la razón es la consagración de un estado universal de estulticia (tesis ésta que desarrollé más ampliamente en un librito de próxima aparición titulado Estulticia y terror).
Pero por ahora bástenos con reparar en lo que sigue: el ejercicio exacerbado de la razón moderna nos conduce inexorablemente al establecimiento de un estado universal de idiotez colectiva.
La democracia de los esclavos y de los idiotas. La racionalización de los discursos en virtud de una violencia cada día más anónima y estúpida. Violencia que excluye por igual al pensamiento y a la vida, pero que por ello mismo reclama para sí las prerrogativas propias de una razón normativa, y determina lo que hemos de hacer y cómo hemos de vivir.
¿Habráse visto alguna vez en la historia humana algo tan hiriente, tan degradante y tan escandaloso?
Mas no se trata de un escándalo moral, como los señalados por Juan Pablo y Kierkegaard. Se trata de un escándalo metafísico.
Escándalo de las consecuencias de la metafísica, habida cuenta de que los desmanes de la razón moderna sólo resultan pensables a partir del Logos griego. Lo que significa, para resumir, que el más genuino pensamiento griego (Logos) llevaba ya en sus entrañas, presagiada, la barbarie del “Internet”.
Ello significa que el fenómeno del embrutecimiento ha de ser metafísicamente pensado, ya que sólo lo puede a partir de ciertas prácticas racionales deudoras de alguna metafísica. Y ello no es fácil tarea.
Pero habida cuenta de los modestos propósitos de esta conferencia, he de dejar esa labor por ahora en suspenso.
Me remitiré, en cambio, a ciertas indicaciones populares que podrían delinear un tosco mapa de nuestro presente vivencial y así colaborar, de paso, a la conformación de una fenomenología del embrutecimiento. (No perdamos de vista el hecho de que tal fenomenología, por bien conducida que fuese y por acertadas que puedan parecer sus conclusiones, dependerá siempre de un cúmulo de presupuestos metafísicos todavía impensados).
Procederé a partir de 3 definiciones nominales:
1) Por embrutecimiento entiendo un estado de atrofia programada.
2) Por atrofia entiendo un proceder de debilitamiento sistemático, tanto de la potencia de percibir cuanto de la potencia de pensar.
3) Entiendo asimismo por atrofia el resultado de una inhibición simultánea de la inteligencia y de la percepción, en la medida en que ambas facultades concurren en la constitución de la experiencia humana.
Tales definiciones conducirían al pensamiento hacia muy poca cosa, si no fueran acompañadas de las siguientes observaciones:
1) Un estado de atrofia sin programa no sería nunca suficiente para provocar en un cuerpo social una serie de efectos de estulticia duradera. Para conseguirlo es preciso una previa programación de la atrofia.
2) Esta programación del embrutecimiento, entendido como estado de atrofia colectiva, lleva consigo la implantación de cierta versión del Tiempo que privilegia la idea del Futuro (sobre la de Pasado o de Presente) para hacernos creer que vivir consistiría en “proyectarnos”. Se trata de historizar el devenir, es decir de someter los devenires dispersos y salvajes a la forma ortopedizante de un tiempo plano orientado hacia el vacío del Futuro. Sólo bajo esa condición vivir deja de ser un juego para transformarse en una tarea: la tarea interminable e imposible que consiste en rellenar día tras día, hasta la muerte, el espacio de ese Futuro vacío. Y es gracias a esta mutación como la vida pasa a ser pensada a partir del trabajo y de la muerte.
3) La programación del embrutecimiento no sería tampoco posible sin la instauración de lenguajes gregarios sujetos cada vez a códigos más estrictos y que apuntan, con ayuda de vigorosos soportes tecnológicos, hacia una universalización demencialmente acelerada que tiende a plasmarse en una suerte de metalenguaje: la informática como apoteosis de la gregarización de los discursos.
Programación, historización, gregarización: procesos todos ellos que conducen –perfectamente articulados entre sí– a un empobrecimiento de la vida sin precedentes, a un estado de indigencia universal y reglamentada. Una gran maquinaria digestiva (ingestiva y excretora) resuelve en nada –aún antes de que surjan– las pequeñas diferencias capaces de hacer de una vida algo interesante. De tal suerte la vida en la cuenta insaciable de la Muerte. Trabajar y morir: a esas dos “funciones” reduce la vida el discurso práctico del Capital. Vivir ha pasado a ser una suerte de suceso histórico –financiero controlado en su desarrollo por un cúmulo de instituciones que administran la Muerte. Muerte en vida de los sobrevivientes que creemos estar vivos tan sólo por haber sido educados cuidadosamente en la confusión de la vida con la sobrevivencia. Pero ¿de dónde proviene semejante confusión, una confusión tan arraigada en nosotros que rarísimas veces llega a ser percibida como tal?
Esa pregunta nos lleva a tocar un punto diferente. Se trata de lo que podríamos llamar la gran utilidad del embrutecimiento. Ya que si bien la vida, merced al embrutecimiento, se nos torna aburrida, insoportable y aún imposible, no lo es menos que una vida radicalmente libre, desembrutecida, resultaría insufrible para cualquiera. Y aún me atrevería a afirmar que sin el recurso del embrutecimiento la especie humana hubiera desaparecido hace mucho. Lúcido era seguramente Goethe cuando, según se cuenta, murió pidiendo más luz, pero más lúcidos aún fueron quizás Pascal y Cioran, cuando suspiraban por un grado mayor de embrutecimiento. ¿Podemos imaginar lo que sería una potencia perceptiva desprovista de todo grado de atrofia o una inteligencia liberada de toda pizca de estulticia? Quizás el caso más aproximado a ello sería el de Nietzsche, cuyos insoportables sufrimientos desembocaron, no por casualidad, en el abismo de la locura. Necesitamos embotar nuestros sentidos y nuestra inteligencia para escapar al vértigo del delirio. Sin una cierta dosis de atrofia, no hay cordura posible. Y así, una vez más, ahora por otro sesgo, se echa de ver el carácter racionalísimo y de gran utilidad social propio de toda empresa embrutecedora. ¿No lo sabremos bien nosotros que en cuanto educadores, recibimos por parte del Estado la encomienda de preservar a nuestros alumnos dentro de un grado normalizado de atrofia?
Terminaré por tanto poniendo a su consideración la siguiente paradoja: surgidas de una necesidad biológica y social, en cuanto garantizadoras de la sobrevivencia de la especie humana, las empresas embrutecedoras desembocan no obstante, por su frenético despliegue, en la consagración de un estado de Muerte. Tratando de cancelar el camino que lleva hacia la Muerte por medio de la locura, sólo logran abrir otro que conduce asimismo hacia la Muerte, esta vez por medio de la estulticia. En el canje de la intensidad salvaje por la seguridad gregaria y civilizada de los rediles institucionales un nuevo tipo de monstruosidad despunta y se abre paso como una gigantesca aplanadora. Sus horribles efectos sólo se hacen llevaderos a condición de que apenas sean percibidos. Uno de ellos, la astenia perceptiva, se hace cargo –a modo de poderoso anestésico– de hacer insufribles todos los demás. Sobrevivimos en duermevela, trabajando y viendo la televisión en espera de una apacible muerte por cansancio, instalados en una suerte de nirvana sin nombre que otros embrutecidos programan día a día para nosotros. En tales condiciones, la sola idea de despertar se nos antoja un disparate peligroso, un síntoma de anormalidad. ¿Vale acaso la pena siquiera deplorar este presente? Me temo que en la ruta del embrutecimiento estamos a punto de alcanzar un estado de absoluta perfección como desembocadura natural de todos nuestros “progresos”.
A título de epílogo, sólo me resta recordar lo siguiente: que hay en todos nosotros un animal sacrificado, una bestia inocente y enferma capaz aún –si bien ya sin fuerzas– de sublevarse contra el embrutecimiento de la Razón y de hacer ver en su ejercicio imperial tan sólo un rosario de síntomas mórbidos, de advertencias deprimentes de desahucios.
Ojalá que la muerte valiera al fin un poco más que la cloaca histórica que fuimos habituados a designar como “presente”.
Comenzaré leyendo la primera y la quinta acepción que registra para la palabra BRUTO el diccionario de una Institución que siempre me ha parecido un poco cómica aunque no menos conspicua y canónica. Me refiero a la Real Academia Española, cosa de risa, si se quiere, que sin embargo nos vemos obligados a tomar en serio quienes usamos la lengua de Cervantes o de esa tía artrítica que hemos de visitar todos los martes, y que también habla en español.
“Bruto, bruta. (Del latín brutus). Adjetivo. Necio, incapaz, estólido, que obra como falto de razón”. Tal es la primera de las acepciones. Mas la quinta puntualiza:
“Animal irracional. Comúnmente se entiende de los cuadrúpedos”. (De lo que cabría colegir que “comúnmente” no se juzga brutus a los bípedos, como el avestruz o la gallina, aunque por ello no llegue a atribuírseles uso alguno de razón, como a los bípedos implumes).
“Embrutecer (del latín in, en y brutescere, de brutus, bruto). Entorpecer y casi privar a uno del uso de la razón”.
Salta a la vista que quienes así osan canonizar el uso del lenguaje están muy lejos de juzgarse a sí mismos brutos o embrutecidos. Antes bien, ellos –instalados en un lenguaje normalizado del que se juzgan poseedores, sin percatarse de que más bien son por él poseídos– se adjudican el derecho de fijar un sistema de férulas capaces de sujetar al significante con “sus” significados.
Sin embargo, esa tentativa encierra siempre algo de exasperante. Fijar los usos del lenguaje es tarea tan imposible cuanto vana: no tanto porque esos usos cambian día a día (verdad de Pero Grullo que no dice nada) sino porque el lenguaje, así sea el más común de los lenguajes, se funda en una deuda impagable y arrastra consigo un déficit permanente.
Lo diré brutalmente y sin miramientos: hablar significa, por principio, contraer una deuda impagable con lo real. Hablar significa algo muy parecido a pasearse por la vida emitiendo cheques sin fondo, cheques expedidos a favor de un portador inexistente. Hablar no es otra cosa sino endeudarse con un fantasma transformado en una red o régimen de fantasmas. Digo bien red o régimen, acudiendo a metáforas de captura y dominio, ya que parece constarme que la “Realidad” no es un fantasma, sino más bien un sistema de fantasmas, una urdimbre fantasmática constituida por el lenguaje mismo, en cuya naturaleza parece sin embargo estar implicada la pretensión de asentarse como un suelo o instancia referencial.
La presente meditación arranca, cual parece obligado, del lenguaje en su uso más común. ¿Qué digo yo, qué dices tú, qué decimos tú y yo cuando decimos “bruto”? ¿Qué decimos cuando tildamos de bruto a Ramiro o de bruta a Eloísa, cuando hacemos notar que Luis o María están “embrutecidos”, o cuando afirmamos que nosotros mismos andamos en trance de embrutecimiento?
La respuesta inmediata del sentido común no difiere en nada de las definiciones de la Real Academia: Ramón es una bestia, Atanasio es un burro. Ello significa que la estulticia característica de ambos habría de pensarse por analogía con la animalidad, y de preferencia, ejemplarmente, con la animalidad de ciertos mamíferos cuadrúpedos.
Todo esto me parece tan ridículo y lamentable cual digno de pensarse. A lo mejor lo más digno de ser pensado es aquello que accede al pensamiento a partir de la exhibición del carácter bufonesco del mismo. ¿Qué es un bruto? Tal vez para contestar con juicio a esa pregunta habríamos de empezar por definir lo que es un bufón. Me parece que pensar la animalidad es empresa infinitamente más difícil que pensar el carácter bufonesco de la razón humana.
¿No será que la razón humana misma es una bufonada, una necesidad de poner en escena, es decir de re-presentar lo que se hace presente en cuanto animalidad, sin necesidad de representación alguna?
Pero independientemente de dar curso a esa pregunta –cosa que hice ya en otra parte y que aquí mismo no haré– me limitaré a señalar dos ideas directrices para conducir la presente meditación. La primera de ellas podría formularse así: ningún efecto de humano embrutecimiento puede ser pensable apoyándose en el establecimiento de analogías con las conductas de aquellos seres inhumanos que cierta metafísica definió como “brutos”. Y la segunda sería la siguiente: que todo efecto de embrutecimiento en una sociedad humana proviene siempre –y en cualquier tesitura– de un uso humanísimo de la razón.
El embrutecimiento del hombre (o del homínido), lejos de sus resultados de un debilitamiento de sus capacidades racionales, constituye la realización perfecta de la exacerbación de las mismas. Lo que significaría que el destino de la razón es la consagración de un estado universal de estulticia (tesis ésta que desarrollé más ampliamente en un librito de próxima aparición titulado Estulticia y terror).
Pero por ahora bástenos con reparar en lo que sigue: el ejercicio exacerbado de la razón moderna nos conduce inexorablemente al establecimiento de un estado universal de idiotez colectiva.
La democracia de los esclavos y de los idiotas. La racionalización de los discursos en virtud de una violencia cada día más anónima y estúpida. Violencia que excluye por igual al pensamiento y a la vida, pero que por ello mismo reclama para sí las prerrogativas propias de una razón normativa, y determina lo que hemos de hacer y cómo hemos de vivir.
¿Habráse visto alguna vez en la historia humana algo tan hiriente, tan degradante y tan escandaloso?
Mas no se trata de un escándalo moral, como los señalados por Juan Pablo y Kierkegaard. Se trata de un escándalo metafísico.
Escándalo de las consecuencias de la metafísica, habida cuenta de que los desmanes de la razón moderna sólo resultan pensables a partir del Logos griego. Lo que significa, para resumir, que el más genuino pensamiento griego (Logos) llevaba ya en sus entrañas, presagiada, la barbarie del “Internet”.
Ello significa que el fenómeno del embrutecimiento ha de ser metafísicamente pensado, ya que sólo lo puede a partir de ciertas prácticas racionales deudoras de alguna metafísica. Y ello no es fácil tarea.
Pero habida cuenta de los modestos propósitos de esta conferencia, he de dejar esa labor por ahora en suspenso.
Me remitiré, en cambio, a ciertas indicaciones populares que podrían delinear un tosco mapa de nuestro presente vivencial y así colaborar, de paso, a la conformación de una fenomenología del embrutecimiento. (No perdamos de vista el hecho de que tal fenomenología, por bien conducida que fuese y por acertadas que puedan parecer sus conclusiones, dependerá siempre de un cúmulo de presupuestos metafísicos todavía impensados).
Procederé a partir de 3 definiciones nominales:
1) Por embrutecimiento entiendo un estado de atrofia programada.
2) Por atrofia entiendo un proceder de debilitamiento sistemático, tanto de la potencia de percibir cuanto de la potencia de pensar.
3) Entiendo asimismo por atrofia el resultado de una inhibición simultánea de la inteligencia y de la percepción, en la medida en que ambas facultades concurren en la constitución de la experiencia humana.
Tales definiciones conducirían al pensamiento hacia muy poca cosa, si no fueran acompañadas de las siguientes observaciones:
1) Un estado de atrofia sin programa no sería nunca suficiente para provocar en un cuerpo social una serie de efectos de estulticia duradera. Para conseguirlo es preciso una previa programación de la atrofia.
2) Esta programación del embrutecimiento, entendido como estado de atrofia colectiva, lleva consigo la implantación de cierta versión del Tiempo que privilegia la idea del Futuro (sobre la de Pasado o de Presente) para hacernos creer que vivir consistiría en “proyectarnos”. Se trata de historizar el devenir, es decir de someter los devenires dispersos y salvajes a la forma ortopedizante de un tiempo plano orientado hacia el vacío del Futuro. Sólo bajo esa condición vivir deja de ser un juego para transformarse en una tarea: la tarea interminable e imposible que consiste en rellenar día tras día, hasta la muerte, el espacio de ese Futuro vacío. Y es gracias a esta mutación como la vida pasa a ser pensada a partir del trabajo y de la muerte.
3) La programación del embrutecimiento no sería tampoco posible sin la instauración de lenguajes gregarios sujetos cada vez a códigos más estrictos y que apuntan, con ayuda de vigorosos soportes tecnológicos, hacia una universalización demencialmente acelerada que tiende a plasmarse en una suerte de metalenguaje: la informática como apoteosis de la gregarización de los discursos.
Programación, historización, gregarización: procesos todos ellos que conducen –perfectamente articulados entre sí– a un empobrecimiento de la vida sin precedentes, a un estado de indigencia universal y reglamentada. Una gran maquinaria digestiva (ingestiva y excretora) resuelve en nada –aún antes de que surjan– las pequeñas diferencias capaces de hacer de una vida algo interesante. De tal suerte la vida en la cuenta insaciable de la Muerte. Trabajar y morir: a esas dos “funciones” reduce la vida el discurso práctico del Capital. Vivir ha pasado a ser una suerte de suceso histórico –financiero controlado en su desarrollo por un cúmulo de instituciones que administran la Muerte. Muerte en vida de los sobrevivientes que creemos estar vivos tan sólo por haber sido educados cuidadosamente en la confusión de la vida con la sobrevivencia. Pero ¿de dónde proviene semejante confusión, una confusión tan arraigada en nosotros que rarísimas veces llega a ser percibida como tal?
Esa pregunta nos lleva a tocar un punto diferente. Se trata de lo que podríamos llamar la gran utilidad del embrutecimiento. Ya que si bien la vida, merced al embrutecimiento, se nos torna aburrida, insoportable y aún imposible, no lo es menos que una vida radicalmente libre, desembrutecida, resultaría insufrible para cualquiera. Y aún me atrevería a afirmar que sin el recurso del embrutecimiento la especie humana hubiera desaparecido hace mucho. Lúcido era seguramente Goethe cuando, según se cuenta, murió pidiendo más luz, pero más lúcidos aún fueron quizás Pascal y Cioran, cuando suspiraban por un grado mayor de embrutecimiento. ¿Podemos imaginar lo que sería una potencia perceptiva desprovista de todo grado de atrofia o una inteligencia liberada de toda pizca de estulticia? Quizás el caso más aproximado a ello sería el de Nietzsche, cuyos insoportables sufrimientos desembocaron, no por casualidad, en el abismo de la locura. Necesitamos embotar nuestros sentidos y nuestra inteligencia para escapar al vértigo del delirio. Sin una cierta dosis de atrofia, no hay cordura posible. Y así, una vez más, ahora por otro sesgo, se echa de ver el carácter racionalísimo y de gran utilidad social propio de toda empresa embrutecedora. ¿No lo sabremos bien nosotros que en cuanto educadores, recibimos por parte del Estado la encomienda de preservar a nuestros alumnos dentro de un grado normalizado de atrofia?
Terminaré por tanto poniendo a su consideración la siguiente paradoja: surgidas de una necesidad biológica y social, en cuanto garantizadoras de la sobrevivencia de la especie humana, las empresas embrutecedoras desembocan no obstante, por su frenético despliegue, en la consagración de un estado de Muerte. Tratando de cancelar el camino que lleva hacia la Muerte por medio de la locura, sólo logran abrir otro que conduce asimismo hacia la Muerte, esta vez por medio de la estulticia. En el canje de la intensidad salvaje por la seguridad gregaria y civilizada de los rediles institucionales un nuevo tipo de monstruosidad despunta y se abre paso como una gigantesca aplanadora. Sus horribles efectos sólo se hacen llevaderos a condición de que apenas sean percibidos. Uno de ellos, la astenia perceptiva, se hace cargo –a modo de poderoso anestésico– de hacer insufribles todos los demás. Sobrevivimos en duermevela, trabajando y viendo la televisión en espera de una apacible muerte por cansancio, instalados en una suerte de nirvana sin nombre que otros embrutecidos programan día a día para nosotros. En tales condiciones, la sola idea de despertar se nos antoja un disparate peligroso, un síntoma de anormalidad. ¿Vale acaso la pena siquiera deplorar este presente? Me temo que en la ruta del embrutecimiento estamos a punto de alcanzar un estado de absoluta perfección como desembocadura natural de todos nuestros “progresos”.
A título de epílogo, sólo me resta recordar lo siguiente: que hay en todos nosotros un animal sacrificado, una bestia inocente y enferma capaz aún –si bien ya sin fuerzas– de sublevarse contra el embrutecimiento de la Razón y de hacer ver en su ejercicio imperial tan sólo un rosario de síntomas mórbidos, de advertencias deprimentes de desahucios.
Ojalá que la muerte valiera al fin un poco más que la cloaca histórica que fuimos habituados a designar como “presente”.
domingo, 12 de diciembre de 2010
lunes, 22 de noviembre de 2010
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Disertaciones de Epicteto
"Lo único insoportable para el ser racional es lo irracional, pero lo razonable se puede soportar: los golpes no son insoportables por naturaleza. ¿De qué manera? Mira cómo: los lacedemonios son azotados porque han aprendido que es razonable. ¿No es insoportable ahorcarse? Pero cuando alguien siente que es razonable, va y se ahorca. Sencillamente, si nos fijamos, hallaremos que nada abruma tanto al ser racional como lo irracional y, a la vez, nada lo atrae tanto como lo razonable. Mas cada uno experimenta de modo distinto lo razonable y lo irracional, igual que lo bueno y lo malo y que lo conveniente y lo inconveniente. Ésa es la razón principal de que necesitemos la educación, que aprendamos a adaptar de modo acorde con la naturaleza el concepto de razonable e irracional a los casos particulares. Para juzgar lo razonable y lo irracional cada uno de nosotros nos servimos no sólo del valor de las cosas externas, sino también de nuestra propia dignidad personal; para uno será razonable sostener el orinal, teniendo en cuenta simplemente esto: que si no lo sostiene, recibirá golpes y no recibirá comida, mientras que si lo sostiene no padecerá crueldades y sufrimientos; pero a otro no sólo le parece intolerable el sostenerlo, sino también soportar que otro lo sostenga. Así que si me preguntas: “¿He de sostener el orinal o no?”, te diré que más vale recibir alimentos que no recibirlos y que menos vale recibir golpes que no recibirlos, de modo que si mides lo que te interesa con esos parámetros, ve y sosténselo.
- ¡Pero eso no sería digno de mí!
Eres tú quien ha de examinarlo, no yo. Eres tú quien te conoces a ti mismo, quien sabes cuánto vales para ti mismo y en cuánto te vendes: cada uno se vende a un precio…
Del mismo modo, también un atleta que corría el riesgo de morir si no lo castraban, cuando se le acercó su hermano – que era filósofo – y le dijo: “¡Ea, hermano! ¿Qué vas a hacer? ¿Amputamos el pene y seguimos yendo al gimnasio?”, no pudo soportarlo, sino que persistió en su postura y murió.
Alguien le preguntó: “¿Cómo hizo eso? ¿Como atleta o como filósofo?”
- Como hombre- respondió -, como hombre cuyo nombre fue proclamado en Olimpia y que luchó allí y que en tal tierra pasó su vida, y no yendo a perfumarse a Batón. Otro, en cambio, hasta el cuello se habría dejado cortar, si hubiera podido vivir sin cuello. Eso es la dignidad personal. Así de fuerte para los que acostumbran a tenerla en cuenta en sus decisiones. "
- ¡Pero eso no sería digno de mí!
Eres tú quien ha de examinarlo, no yo. Eres tú quien te conoces a ti mismo, quien sabes cuánto vales para ti mismo y en cuánto te vendes: cada uno se vende a un precio…
Del mismo modo, también un atleta que corría el riesgo de morir si no lo castraban, cuando se le acercó su hermano – que era filósofo – y le dijo: “¡Ea, hermano! ¿Qué vas a hacer? ¿Amputamos el pene y seguimos yendo al gimnasio?”, no pudo soportarlo, sino que persistió en su postura y murió.
Alguien le preguntó: “¿Cómo hizo eso? ¿Como atleta o como filósofo?”
- Como hombre- respondió -, como hombre cuyo nombre fue proclamado en Olimpia y que luchó allí y que en tal tierra pasó su vida, y no yendo a perfumarse a Batón. Otro, en cambio, hasta el cuello se habría dejado cortar, si hubiera podido vivir sin cuello. Eso es la dignidad personal. Así de fuerte para los que acostumbran a tenerla en cuenta en sus decisiones. "
lunes, 11 de octubre de 2010
sábado, 9 de octubre de 2010
viernes, 8 de octubre de 2010
El origen
Cuando el diluvio, el hombre era muy pequeño
Se llevó a una perrita consigo y luego él fue creciendo
y la diosa de la lluvia, Nakawe,
le decía que la perrita iba a ser su compañera,
pero el no lo creía.
Cuando la diosa Nakawe sembró toda la naturaleza
le dijo al hombre que tenía que hacer su coamil
para seguir su vida como antes era.
Cuando él se iba a su coamil,
la perrita no se quedaba lejos y le cuidaba la casa,
ya que era su única compañera.
La perrita empezó a hacer tortillitas pequeñas
que el hombre encontraba cuando llegaba
y se las tenia que comer,
pero no sabía quien era la que hacia las tortillitas
y le decía a la perrita:
Si tu supieras hablar como yo, me lo dirías,
pero como no hablas, nada puedes decirme.
La perrita consciente, nada más lo oía.
Esto sucedió varias veces
hasta que el hombre un día espió su casa
y vio que era la perrita, la que se quitaba la piel
y se ponía a hacer nixtamal, a molerlo y a tortear
y para ello tenía a su lado una tinaja con agua.
Entonces el hombre tomó la piel y la quemó,
y cuando llego la perrita,
la baño con la masa que ya tenía molida y batida.
Por eso la perra prieta con la pata y la cola blanca
se llama Polipuwa.
Y el hombre, el macho, el perro se llama Watakame.
De ahí nacen los wixaritari,
ellos son nuestros padres.
Se llevó a una perrita consigo y luego él fue creciendo
y la diosa de la lluvia, Nakawe,
le decía que la perrita iba a ser su compañera,
pero el no lo creía.
Cuando la diosa Nakawe sembró toda la naturaleza
le dijo al hombre que tenía que hacer su coamil
para seguir su vida como antes era.
Cuando él se iba a su coamil,
la perrita no se quedaba lejos y le cuidaba la casa,
ya que era su única compañera.
La perrita empezó a hacer tortillitas pequeñas
que el hombre encontraba cuando llegaba
y se las tenia que comer,
pero no sabía quien era la que hacia las tortillitas
y le decía a la perrita:
Si tu supieras hablar como yo, me lo dirías,
pero como no hablas, nada puedes decirme.
La perrita consciente, nada más lo oía.
Esto sucedió varias veces
hasta que el hombre un día espió su casa
y vio que era la perrita, la que se quitaba la piel
y se ponía a hacer nixtamal, a molerlo y a tortear
y para ello tenía a su lado una tinaja con agua.
Entonces el hombre tomó la piel y la quemó,
y cuando llego la perrita,
la baño con la masa que ya tenía molida y batida.
Por eso la perra prieta con la pata y la cola blanca
se llama Polipuwa.
Y el hombre, el macho, el perro se llama Watakame.
De ahí nacen los wixaritari,
ellos son nuestros padres.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Filosofía del Silencio
Los antiguos nos han dejado hermosas máximas sobre este tema que se encuentran dispersas en nuestros libros. Comienzan por reprobar cuatro especies de silencio o taciturnidad. Callarse cuando se tienen dudas de las consecuencias y no consultar para esclarecerlas, o lo que es peor aún, permanecer voluntariamente en una tosca ignorancia antes que hablar para instruirse es tontería y estupidez. Callarse por una complacencia cobarde, y precisamente para ganar la afección de los grandes, es interes y halago. Callarse para esconder sus defectos, bajo la apariencia de reserva, es orgullo. Esconder, en fin, bajo la apariencia de un silencio modesto y un continente sencillo, un corazón lleno de veneno y de malicia para realizar con más seguridad un mal propósito, es hipocresía. Todos estos no son silencios, sino silencios criminales, puesto que existe un silencio loable que puede originarse en varios buenos motivos y que tiene también varios buenos efectos.
El sabio habla siempre con pudor y con un aire modesto, como si reconociera defectos en sus acciones y en sus palabras. Desde la más remota antigüedad el hombre poco reservado en sus palabras ha pasado por poco arreglado en el resto e incapaz de grandes acciones. De esta manera, el pudor, la modestia y la reserva vienen a ser como las primeras lecciones de lo que se llama silencio o arte de callarse. El sabio, añade Confucio, ama callarse; o al menos, no gusta de hablar mucho porque está ocupado en el cuidado de obrar bien, y el amor que tiene por el silencio nace naturalmente de su constante preocupación en vigilar sus acciones. Por consiguiente, si las personas virtuosas hablan comúnmente poco, no es porque hagan consistir la virtud en un número breve de palabras, ni porque se callen precisamente por callarse. Su fin es más elevado ya que consideran el silencio como un medio de conservar la virtud y adquirirla. Yeng Tse tuvo por modelo a Tien. Tien no dice ni una palabra ¿qué necesidad tiene de hablar? las cuatro estaciones se suceden con orden, cada cosa crece a su tiempo, ¿qué necesidad hay de que Tien hable?
Ouang Yong Ming
El sabio habla siempre con pudor y con un aire modesto, como si reconociera defectos en sus acciones y en sus palabras. Desde la más remota antigüedad el hombre poco reservado en sus palabras ha pasado por poco arreglado en el resto e incapaz de grandes acciones. De esta manera, el pudor, la modestia y la reserva vienen a ser como las primeras lecciones de lo que se llama silencio o arte de callarse. El sabio, añade Confucio, ama callarse; o al menos, no gusta de hablar mucho porque está ocupado en el cuidado de obrar bien, y el amor que tiene por el silencio nace naturalmente de su constante preocupación en vigilar sus acciones. Por consiguiente, si las personas virtuosas hablan comúnmente poco, no es porque hagan consistir la virtud en un número breve de palabras, ni porque se callen precisamente por callarse. Su fin es más elevado ya que consideran el silencio como un medio de conservar la virtud y adquirirla. Yeng Tse tuvo por modelo a Tien. Tien no dice ni una palabra ¿qué necesidad tiene de hablar? las cuatro estaciones se suceden con orden, cada cosa crece a su tiempo, ¿qué necesidad hay de que Tien hable?
Ouang Yong Ming
domingo, 12 de septiembre de 2010
domingo, 5 de septiembre de 2010
viernes, 20 de agosto de 2010
DIARIO 6 DE JULIO DE 1840
Diario 6 de Julio de 1840
No tengas horas ruines, sino agradece cada hora, y acepta lo que trae. La realidad hará respetable cualquier cosa registrada sinceramente. Ningún día habrá sido malgastado por completo si se ha escrito una página sincera y meditada. Permite que la marea diaria deje algún depósito en estas páginas, de la misma manera que deja arena y conchas en la playa. Así se incrementa la tierra firme. Este puede ser un calendario de las pleamares y bajamares del alma, y en estas páginas, como en una playa, las olas pueden depositar perlas y algas.
Henry David Thoureau
(Traducción Guillermo Ruiz)
No tengas horas ruines, sino agradece cada hora, y acepta lo que trae. La realidad hará respetable cualquier cosa registrada sinceramente. Ningún día habrá sido malgastado por completo si se ha escrito una página sincera y meditada. Permite que la marea diaria deje algún depósito en estas páginas, de la misma manera que deja arena y conchas en la playa. Así se incrementa la tierra firme. Este puede ser un calendario de las pleamares y bajamares del alma, y en estas páginas, como en una playa, las olas pueden depositar perlas y algas.
Henry David Thoureau
(Traducción Guillermo Ruiz)
jueves, 19 de agosto de 2010
domingo, 15 de agosto de 2010
La alegría de escribir
¿A dónde corre, a través del bosque
escrito, esta
cierva escrita?
¿A beber del agua escrita
que copiará su hocico como papel carbón?
¿Por qué levanta la cabeza, habrá oído
algo?
Apoyada en cuatro patas prestadas por
la verdad
por debajo de mis dedos aguza los
oídos.
Silencio, esta palabra también susurra
sobre el papel
y retira
las ramas causadas por la palabra
“bosque”.
Sobre la hoja blanca acechan para
saltar
letras que pueden combinarse mal,
frases que acosan
y ante las cuales no habrá salvación.
Hay en una gota de tinta una reserva
considerable
de cazadores que apuntan, con un ojo
entrecerrado,
preparados para bajar por la empinada
pluma,
para cercar a la cierva, dispuestos a
disparar.
Olvidan que esto no es la vida.
Aquí rigen otras leyes, negro sobre
blanco.
Un abrir y cerrar de ojos durará tanto
como yo desee,
permitirá ser dividido en pequeñas
eternidades,
llenas de balas detenidas al vuelo.
Si lo ordeno, nunca sucederá nada aquí.
En contra de mi voluntad no caerá ni
una hoja,
ni se doblará una brizna de hierba bajo
el peso de una pezuña.
¿Existe, pues, un mundo
sobre el que tengo un dominio
absoluto?
¿Un tiempo que ato con cadenas de
signos?
¿Una existencia infinita a mis órdenes?
La alegría de escribir.
La posibilidad de hacer perdurar.
La venganza de una mano mortal.
Wislawa Szymborska
escrito, esta
cierva escrita?
¿A beber del agua escrita
que copiará su hocico como papel carbón?
¿Por qué levanta la cabeza, habrá oído
algo?
Apoyada en cuatro patas prestadas por
la verdad
por debajo de mis dedos aguza los
oídos.
Silencio, esta palabra también susurra
sobre el papel
y retira
las ramas causadas por la palabra
“bosque”.
Sobre la hoja blanca acechan para
saltar
letras que pueden combinarse mal,
frases que acosan
y ante las cuales no habrá salvación.
Hay en una gota de tinta una reserva
considerable
de cazadores que apuntan, con un ojo
entrecerrado,
preparados para bajar por la empinada
pluma,
para cercar a la cierva, dispuestos a
disparar.
Olvidan que esto no es la vida.
Aquí rigen otras leyes, negro sobre
blanco.
Un abrir y cerrar de ojos durará tanto
como yo desee,
permitirá ser dividido en pequeñas
eternidades,
llenas de balas detenidas al vuelo.
Si lo ordeno, nunca sucederá nada aquí.
En contra de mi voluntad no caerá ni
una hoja,
ni se doblará una brizna de hierba bajo
el peso de una pezuña.
¿Existe, pues, un mundo
sobre el que tengo un dominio
absoluto?
¿Un tiempo que ato con cadenas de
signos?
¿Una existencia infinita a mis órdenes?
La alegría de escribir.
La posibilidad de hacer perdurar.
La venganza de una mano mortal.
Wislawa Szymborska
viernes, 13 de agosto de 2010
CANSANCIO
Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.
Oliverio Girondo
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.
Oliverio Girondo
No, no es cansancio
No, no es cansancio...
Es una cantidad de desilusión
Que se me entraña en la especie del pensar,
Es un domingo al revés
del sentimiento,
una vacación pasada en el abismo.
No, cansancio no es...
Es que yo esté existiendo
Y también el mundo,
Con todo lo que contiene,
Con todo lo que en él se desdobla
Y que es por fin lo mismo variado en copias iguales.
No. Cansancio, ¿por qué?
Es una sensación abstracta
De la vida concreta
- algo así como un grito
por dar,
algo así como una angustia
por sufrir,
por sufrir completamente o por sufrir como...
Sí: o por sufrir como...
Eso mismo: como...
¿Como qué?
Si lo supiera, no habría en mí este falso cansancio.
(Ay ciegos que cantáis en la calle,
¡qué formidable realejo
es la guitarra de uno, la bandurria de otro y la voz de ella!)
Porque oigo, veo.
Lo confieso: es cansancio.
(Fernando Pessoa)
lunes, 9 de agosto de 2010
viernes, 6 de agosto de 2010
Cura de cáncer Dr. Simoncini
http://www.manualnaturistadelcancer.com/2009/10/dr-tulio-simoncini-protocolo-para-la.html
sábado, 31 de julio de 2010
LA MUERTE NECESITA DEL DESPILFARRO
Agustín García Calvo
Aparte del futuro de cada uno os quiero hablar del futuro de la Humanidad. Os hacen creer que la Humanidad va a algún sitio donde las cosas cada vez van a marchar mejor. Sólo con haber vivido veinte años ya se ve que no, que no es verdad. Ya se ve que las cosas, por el contrario, marchan peor, ya se ve que los artilugios que se suponía servían para facilitar la vida, no hacen más que estorbarla. Desde pequeños hasta ahora habéis percibido aquí, en Barcelona mismo, que cada vez sucede que estamos más en obras, "perdonen las molestias". Obras para el mañana, "Barcelona 92", "Barcelona 2035", qué importa. Pero la Barcelona de hoy es una Barcelona en obras. "Y para su bien, le estamos arreglando el restaurante para que disfrute usted de un mejor servicio mañana." De momento me están llenando el restaurante de cal y de cemento por los resquicios de las mesas; ésta es la situación real, la que palpo. Esto es progresivo y obedece a una ley económica. La necesidad de fabricar inutilidades es esencial a la forma desarrollada de Estado y Capital, es uno de los procedimientos esenciales de esa guerra a la que llaman paz. Es con la descripción de esto con lo que voy a terminar y mostrar cómo está ligado con el perpetuo y progresivo estropicio de la vida.
Tienen que producir inutilidades. El Capital en su forma avanzada no tiene otra ley que la del despilfarro. A vosotros os lo ocultan, os quieren hacer creer que el dinero en las altas esferas se mueve para tal y cual cosa, se mueve y, ya véis, que da lo mismo para preparar la "Expo del 92" que para resolver la crisis del Golfo Pérsico. Es absurdo, lo importante es gastarlo. La única condición del despilfarro que es el movimiento del Capital, primero y por supuesto, que no se trate de un dinero como éste que os dejan a vosotros, un dinero de unos pocos miles de pesetas con el que se compra un café y lo más paga uno el alquiler del piso. El que vale es el dinero serio, dinero que está por encima de los miles de millones de dólares. Si no está en ese nivel no sirve, es la primera condición. Tiene que ser un dinero así y ese dinero no tiene relación con ése que os dejan a vosotros. ¡No! Tiene una relación muy indirecta ése que os dejan sino para el engaño, para el entretenimiento de la vida, para aspirar a ganar más, diez mil pesetas más el año que viene y así, para crearle futuritos a uno.
Las leyes del dinero verdadero, el de los miles de millones de dólares son otra cosa. Y ahí la única ley es ésa, el Capital tiene que moverse y esto quiere decir necesariamente despilfarro. La única condición es que sea de verdad "un despilfarro", es decir que la cosa que sirve de pretexto para el movimiento del Capital a la gente no le sirva para nada, que sea perfectamente inútil. Si hay algún peligro de que la cosa sirva para algo, entonces el Capital se echa para atrás, empieza a no gustarle. El Capital se lanza furioso a la promoción entusiasta, a la promoción de cualquier cosa que se le proponga con tal de que cumpla esta condición: que sea inútil. Por tanto si al Capital le proponen que en la Ciudad Universitaria de Madrid se vuelvan a restaurar las vías de los tranvías para resolver de una vez el atasco, del que casi no podéis haceros idea, ahora, al que hemos llegado allí. Una vez que ha tenido que venderle automóviles a los estudiantes, a los bedeles y a los hijos de maría santísima que van ha hacer allí algún cursillo de informática catequística, cuando se produce algo de todo esto, el Capital se echa para atrás: "¿Voy a moverme yo para poner vías de tranvía y resolver esto? A ver quién le vende después automóviles a los chicos; cómo se le siguen vendiendo autos si se resulve el problema de la circulación. Para atrás, inútil intentarlo, hay un riesgo de utilidad." En cambio les dicen: Vamos a montar una torre de 92 metros para conmemorar el 92; creen que el metro es el metro, creen que saben lo que mide un metro. Nadie sabe lo que mide un metro, pero ellos creen que sí que saben lo que mide un metro y que por tanto 92, son 92. Una torre de 92 metros es una conmemoración del año 92, los números son los números. Vamos a montar una torre de 92 metros, ahí a la entrada de la Moncloa para que, entre otras cosas, se vigile el tráfico y se controlen los atascos de la Ciudad Universitaria desde el piso 28, de paso lo llenaremos con otras oficinas, oficinas de producción de nada se entiende, porque sino no sirven. Oficinas de producción de nada en todos los otros pisos, y arriba haremos una terracita que es el móvil cultural: haremos una terracita, de modo que se pueda ver desde allí el Guadarrama para que la gente puede subir a ver el Guadarrama. Le propongo una cosa de éstas y entonces el Capital, cajas de ahorros, bancas, fondos de los ministerios se echan y dicen: "ésta es la nuestra, para esto es para lo que estamos hechos." Y, efectivamente, como no se les vaya de manos, fabrican la torre de 92 metros. Para qué os voy a decir. Sin salirme mucho de la política de transportes, cierran -cierra la RENFE- vías por todas partes por motivos de rentabilidad, porque dicen que a lo mejor les cuestan diez millones al año mantenerlas. Pero les dicen, "vamos a hacer un alta velocidad París-Sevilla para unir las ciudades en cinco horas", -¡no se sabe a quién coño le puede hacer falta estar de París a Sevilla en cinco horas!- pero vamos a hacer un París-Sevilla que nos cueste un par de billones de billones de pesetas. ¿Un par de billones de billones de pesetas? ¡Ah! es otra cosa. Y entonces el Capital se lanza.
Pero para qué más ejemplos. Los tenéis todos los días y convendría que os esforzárais en encontrarlos en vuestra vida cotidiana. El despilfarro es una necesidad, efectivamente, el dinero no se mueve para otra cosa más que para ello. Sí, ahora me doy cuenta que os había prometido que esto lo iba a enlazar con una penúltima cuestión que había formulado y de la que no os habréis dado cuenta seguramente, o se os habrá pasado. Sí, porque yo estaba pensando en enlazar esta necesidad esencial con la cuestión. Efectivamente, esta necesidad condiciona las vidas privadas, no hay nada que se escape a este condicionamiento y estos movimientos del dinero que parece que suceden en altas esferas, están de alguna manera sin embargo condicionando. Aquí quien cuenta, quien se acostumbra a contar de esa manera los millones de dólares y los metros y cosas así, cuenta de igual manera las vidas. Las vidas están contadas según el mismo procedimiento y el despilfarro de vidas, por eso es por lo que esto no deja de ser literalmente una guerra. Es preciso despilfarrar vidas y ésa es otra manera de glosar aquello que os decía de la administración de muerte como función esencial del Estado-Capital. Es preciso despilfarrarlas, por supuesto matando gente, sólo en España seis mil ocupantes de automóvil al año en las carreteras. Si cogéis los meses que ha durado la farsa, en Europa han muerto diez mil veces más que en el Golfo Pérsico. Y cuando se muestran estas formas de guerra, este literal asesinato de súbditos y de clientes en números contados, uno se pregunta, "pero bueno, hay una diferencia, porque a aquellos pobrecillos de Bagdad los mataban, mientras que un automovilista que sale a la autopista un fin de semana ya sabe lo que hace." Esta pretensión de diferencia es la última con la que quería cerrar esta presentación. Es mentirosa. Nadie sabe lo que hace. A uno le han dicho que tiene un 997 por 1.000 de probabilidades, eso es todo lo que quieren hacer pasar por "saber".
Eso es todo lo contrario de lo que aquí os propongo como tal cosa. Literalmente, no saben lo que hacen. Obedece el que se compra un auto que no le sirve para nada y el que, una vez lo ha comprado, se ve obligado a sacarlo el fin de semana, porque si no le da vergüenza habérselo comprado. ¡Claro!, si no hace ningún paripé de usarlo de vez en cuando, quien hace eso es tan ignorante como el militroncho, mercenario o no, de los EE.UU., de los que mandan a la guerra del Golfo. Igual, igual de poco saben el uno que el otro y con la misma falta de inteligencia y con la misma sumisión mueren el uno que el otro. De forma que no hay la menor diferencia entre las cosas que se venden como guerra y esta paz que os estoy presentando. Pero os advierto que desde luego no es lo más terrible las muertes en autopista los fines de semana. Lo más terrible es la otra muerte que antes os he presentado. Esa administración que consiste en la conversión de la vida corriente en futuro. Ésa que abarca muchos más millones todavía que se realiza cotidianamente. Ésa es la verdadera forma de la guerra. Ahí es donde hay que aprender a reconocer la condición de guerra de esta paz y donde os invito por vuestra cuenta a que sigáis dándole vueltas.
Aparte del futuro de cada uno os quiero hablar del futuro de la Humanidad. Os hacen creer que la Humanidad va a algún sitio donde las cosas cada vez van a marchar mejor. Sólo con haber vivido veinte años ya se ve que no, que no es verdad. Ya se ve que las cosas, por el contrario, marchan peor, ya se ve que los artilugios que se suponía servían para facilitar la vida, no hacen más que estorbarla. Desde pequeños hasta ahora habéis percibido aquí, en Barcelona mismo, que cada vez sucede que estamos más en obras, "perdonen las molestias". Obras para el mañana, "Barcelona 92", "Barcelona 2035", qué importa. Pero la Barcelona de hoy es una Barcelona en obras. "Y para su bien, le estamos arreglando el restaurante para que disfrute usted de un mejor servicio mañana." De momento me están llenando el restaurante de cal y de cemento por los resquicios de las mesas; ésta es la situación real, la que palpo. Esto es progresivo y obedece a una ley económica. La necesidad de fabricar inutilidades es esencial a la forma desarrollada de Estado y Capital, es uno de los procedimientos esenciales de esa guerra a la que llaman paz. Es con la descripción de esto con lo que voy a terminar y mostrar cómo está ligado con el perpetuo y progresivo estropicio de la vida.
Tienen que producir inutilidades. El Capital en su forma avanzada no tiene otra ley que la del despilfarro. A vosotros os lo ocultan, os quieren hacer creer que el dinero en las altas esferas se mueve para tal y cual cosa, se mueve y, ya véis, que da lo mismo para preparar la "Expo del 92" que para resolver la crisis del Golfo Pérsico. Es absurdo, lo importante es gastarlo. La única condición del despilfarro que es el movimiento del Capital, primero y por supuesto, que no se trate de un dinero como éste que os dejan a vosotros, un dinero de unos pocos miles de pesetas con el que se compra un café y lo más paga uno el alquiler del piso. El que vale es el dinero serio, dinero que está por encima de los miles de millones de dólares. Si no está en ese nivel no sirve, es la primera condición. Tiene que ser un dinero así y ese dinero no tiene relación con ése que os dejan a vosotros. ¡No! Tiene una relación muy indirecta ése que os dejan sino para el engaño, para el entretenimiento de la vida, para aspirar a ganar más, diez mil pesetas más el año que viene y así, para crearle futuritos a uno.
Las leyes del dinero verdadero, el de los miles de millones de dólares son otra cosa. Y ahí la única ley es ésa, el Capital tiene que moverse y esto quiere decir necesariamente despilfarro. La única condición es que sea de verdad "un despilfarro", es decir que la cosa que sirve de pretexto para el movimiento del Capital a la gente no le sirva para nada, que sea perfectamente inútil. Si hay algún peligro de que la cosa sirva para algo, entonces el Capital se echa para atrás, empieza a no gustarle. El Capital se lanza furioso a la promoción entusiasta, a la promoción de cualquier cosa que se le proponga con tal de que cumpla esta condición: que sea inútil. Por tanto si al Capital le proponen que en la Ciudad Universitaria de Madrid se vuelvan a restaurar las vías de los tranvías para resolver de una vez el atasco, del que casi no podéis haceros idea, ahora, al que hemos llegado allí. Una vez que ha tenido que venderle automóviles a los estudiantes, a los bedeles y a los hijos de maría santísima que van ha hacer allí algún cursillo de informática catequística, cuando se produce algo de todo esto, el Capital se echa para atrás: "¿Voy a moverme yo para poner vías de tranvía y resolver esto? A ver quién le vende después automóviles a los chicos; cómo se le siguen vendiendo autos si se resulve el problema de la circulación. Para atrás, inútil intentarlo, hay un riesgo de utilidad." En cambio les dicen: Vamos a montar una torre de 92 metros para conmemorar el 92; creen que el metro es el metro, creen que saben lo que mide un metro. Nadie sabe lo que mide un metro, pero ellos creen que sí que saben lo que mide un metro y que por tanto 92, son 92. Una torre de 92 metros es una conmemoración del año 92, los números son los números. Vamos a montar una torre de 92 metros, ahí a la entrada de la Moncloa para que, entre otras cosas, se vigile el tráfico y se controlen los atascos de la Ciudad Universitaria desde el piso 28, de paso lo llenaremos con otras oficinas, oficinas de producción de nada se entiende, porque sino no sirven. Oficinas de producción de nada en todos los otros pisos, y arriba haremos una terracita que es el móvil cultural: haremos una terracita, de modo que se pueda ver desde allí el Guadarrama para que la gente puede subir a ver el Guadarrama. Le propongo una cosa de éstas y entonces el Capital, cajas de ahorros, bancas, fondos de los ministerios se echan y dicen: "ésta es la nuestra, para esto es para lo que estamos hechos." Y, efectivamente, como no se les vaya de manos, fabrican la torre de 92 metros. Para qué os voy a decir. Sin salirme mucho de la política de transportes, cierran -cierra la RENFE- vías por todas partes por motivos de rentabilidad, porque dicen que a lo mejor les cuestan diez millones al año mantenerlas. Pero les dicen, "vamos a hacer un alta velocidad París-Sevilla para unir las ciudades en cinco horas", -¡no se sabe a quién coño le puede hacer falta estar de París a Sevilla en cinco horas!- pero vamos a hacer un París-Sevilla que nos cueste un par de billones de billones de pesetas. ¿Un par de billones de billones de pesetas? ¡Ah! es otra cosa. Y entonces el Capital se lanza.
Pero para qué más ejemplos. Los tenéis todos los días y convendría que os esforzárais en encontrarlos en vuestra vida cotidiana. El despilfarro es una necesidad, efectivamente, el dinero no se mueve para otra cosa más que para ello. Sí, ahora me doy cuenta que os había prometido que esto lo iba a enlazar con una penúltima cuestión que había formulado y de la que no os habréis dado cuenta seguramente, o se os habrá pasado. Sí, porque yo estaba pensando en enlazar esta necesidad esencial con la cuestión. Efectivamente, esta necesidad condiciona las vidas privadas, no hay nada que se escape a este condicionamiento y estos movimientos del dinero que parece que suceden en altas esferas, están de alguna manera sin embargo condicionando. Aquí quien cuenta, quien se acostumbra a contar de esa manera los millones de dólares y los metros y cosas así, cuenta de igual manera las vidas. Las vidas están contadas según el mismo procedimiento y el despilfarro de vidas, por eso es por lo que esto no deja de ser literalmente una guerra. Es preciso despilfarrar vidas y ésa es otra manera de glosar aquello que os decía de la administración de muerte como función esencial del Estado-Capital. Es preciso despilfarrarlas, por supuesto matando gente, sólo en España seis mil ocupantes de automóvil al año en las carreteras. Si cogéis los meses que ha durado la farsa, en Europa han muerto diez mil veces más que en el Golfo Pérsico. Y cuando se muestran estas formas de guerra, este literal asesinato de súbditos y de clientes en números contados, uno se pregunta, "pero bueno, hay una diferencia, porque a aquellos pobrecillos de Bagdad los mataban, mientras que un automovilista que sale a la autopista un fin de semana ya sabe lo que hace." Esta pretensión de diferencia es la última con la que quería cerrar esta presentación. Es mentirosa. Nadie sabe lo que hace. A uno le han dicho que tiene un 997 por 1.000 de probabilidades, eso es todo lo que quieren hacer pasar por "saber".
Eso es todo lo contrario de lo que aquí os propongo como tal cosa. Literalmente, no saben lo que hacen. Obedece el que se compra un auto que no le sirve para nada y el que, una vez lo ha comprado, se ve obligado a sacarlo el fin de semana, porque si no le da vergüenza habérselo comprado. ¡Claro!, si no hace ningún paripé de usarlo de vez en cuando, quien hace eso es tan ignorante como el militroncho, mercenario o no, de los EE.UU., de los que mandan a la guerra del Golfo. Igual, igual de poco saben el uno que el otro y con la misma falta de inteligencia y con la misma sumisión mueren el uno que el otro. De forma que no hay la menor diferencia entre las cosas que se venden como guerra y esta paz que os estoy presentando. Pero os advierto que desde luego no es lo más terrible las muertes en autopista los fines de semana. Lo más terrible es la otra muerte que antes os he presentado. Esa administración que consiste en la conversión de la vida corriente en futuro. Ésa que abarca muchos más millones todavía que se realiza cotidianamente. Ésa es la verdadera forma de la guerra. Ahí es donde hay que aprender a reconocer la condición de guerra de esta paz y donde os invito por vuestra cuenta a que sigáis dándole vueltas.
miércoles, 21 de julio de 2010
sábado, 17 de julio de 2010
sábado, 10 de julio de 2010
Sobre el suicidio
Antes de suicidarme quiero que se me asegure que así será, querría estar seguro de la muerte. La vida sólo se me aparece como un consentimiento a la legibilidad ilusoria de las cosas y a su vínculo con la mente. Ya no me siento como la encrucijada irreductible de las cosas, la muerte que cura, cura desligándonos de la naturaleza, pero ¿y si no fuera más que una suma de dolores donde no ocurren cosas?
Si me mato, no será para destruirme, sino para reconstituirme; el suicidio no será para mí más que un medio de reconquistarme violentamente , de hacer brutalmente irrupción en mi ser, de dejar atrás el incierto avance de Dios. Por medio del suicidio, reintroduzco mi diseño en la naturaleza, doy por primera vez a las cosas la forma de mi voluntad. Me libero del condicionamiento de mis órganos, tan mal adaptados a mi yo, y para mí la vida deja de ser un azar absurdo donde pienso lo que me dan a pensar. Elijo entonces mi pensamiento y la dirección de mis fuerzas, de mis tendencias, de mi realidad. Me coloco entre lo bello y lo feo, lo bueno y lo maligno. Me quedo suspendido, sin inclinación, neutro, presa del equilibrio de las buenas y las malas peticiones.
Porque la vida en sí misma no es una solución, la vida no tiene ninguna clase de existencia elegida, consentida, determinada. No es más que una serie de apetitos y de fuerzas adversas, de pequeñas contradicciones que alcanzan su fin o abortan siguiendo las circunstancias de un azar odioso. El mal, como el genio, como la locura, se encuentra instalado de manera desigual en cada hombre. Tanto el bien como el mal son el producto de las circunstancias y de un sentimiento que se potencia hacia algo más o menos activo.
Es ciertamente abyecto ser creado, vivir y sentirse irreductiblemen-te determinado hasta en los menores reductos, hasta en las ramificaciones más impensadas de su ser. Después de todo no somos más que árboles y probablemente esté inscripto en un recodo cualquiera del árbol de mi raza que algún día me mataré.
La idea misma de la libertad del suicidio cae como un árbol talado. No soy el creador del tiempo, ni del lugar, ni de las circunstancias de mi suicidio. Ni siquiera doy origen al pensamiento, ¿sentiré la arrancadura?
Puede que en ese instante mi ser se disuelva, pero si permanece en-tero, ¿cómo reaccionarán mis órganos arruinados, con qué órganos imposibles registraré yo el desgarramiento?
Siento la muerte sobre mí como un torrente, como el sacudón instantáneo de un rayo del que no alcanzo a imaginar la capacidad . Siento la muerte cargada de delicias, de dédalos en remolino. ¿Dónde está, en esto, el pensamiento de mi ser?
Pero he aquí de pronto a Dios como un puño, como una guadaña de luz cortante. Me he separado violentamente de la vida, ¡quise remontar mi destino!
Dispuso de mí hasta el absurdo, este Dios; me ha mantenido vivo en un vacío de negaciones, de encarnizados renegares de mí mismo, ha destruido en mí hasta los menores empujes de vida pensante, de vida sentida. Me redujo a ser como un autómata que camina, pero un autómata que sintiera la ruptura de su inconsciencia.
Y he aquí que quise dar pruebas de mi vida, que quise unirme a la resonante realidad de las cosas, que quise romper mi fatalidad.
¿Y qué dice Dios?
Yo no sentía ni la vida, la circulación de toda idea moral era para mí como un río reseco. La vida no era para mí un objeto, una forma; había devenido una serie de razonamientos. Pero razonamientos que daban vueltas en el vacío, razonamientos que no daban vueltas, que estaban en mí como esquemas posibles que mi voluntad no llega a fijar.
Para llegar al estado de suicidio, necesito el retorno de mi yo, necesito el libre juego de todas las articulaciones de mi ser. Dios me colocó en la desesperación como en una constelación de callejones sin salida cuya iluminación conduce hasta mí. No puedo ni morir, ni vivir, ni desear morir o vivir. Y todos los hombres son como yo.
Antonin Artaud
Si me mato, no será para destruirme, sino para reconstituirme; el suicidio no será para mí más que un medio de reconquistarme violentamente , de hacer brutalmente irrupción en mi ser, de dejar atrás el incierto avance de Dios. Por medio del suicidio, reintroduzco mi diseño en la naturaleza, doy por primera vez a las cosas la forma de mi voluntad. Me libero del condicionamiento de mis órganos, tan mal adaptados a mi yo, y para mí la vida deja de ser un azar absurdo donde pienso lo que me dan a pensar. Elijo entonces mi pensamiento y la dirección de mis fuerzas, de mis tendencias, de mi realidad. Me coloco entre lo bello y lo feo, lo bueno y lo maligno. Me quedo suspendido, sin inclinación, neutro, presa del equilibrio de las buenas y las malas peticiones.
Porque la vida en sí misma no es una solución, la vida no tiene ninguna clase de existencia elegida, consentida, determinada. No es más que una serie de apetitos y de fuerzas adversas, de pequeñas contradicciones que alcanzan su fin o abortan siguiendo las circunstancias de un azar odioso. El mal, como el genio, como la locura, se encuentra instalado de manera desigual en cada hombre. Tanto el bien como el mal son el producto de las circunstancias y de un sentimiento que se potencia hacia algo más o menos activo.
Es ciertamente abyecto ser creado, vivir y sentirse irreductiblemen-te determinado hasta en los menores reductos, hasta en las ramificaciones más impensadas de su ser. Después de todo no somos más que árboles y probablemente esté inscripto en un recodo cualquiera del árbol de mi raza que algún día me mataré.
La idea misma de la libertad del suicidio cae como un árbol talado. No soy el creador del tiempo, ni del lugar, ni de las circunstancias de mi suicidio. Ni siquiera doy origen al pensamiento, ¿sentiré la arrancadura?
Puede que en ese instante mi ser se disuelva, pero si permanece en-tero, ¿cómo reaccionarán mis órganos arruinados, con qué órganos imposibles registraré yo el desgarramiento?
Siento la muerte sobre mí como un torrente, como el sacudón instantáneo de un rayo del que no alcanzo a imaginar la capacidad . Siento la muerte cargada de delicias, de dédalos en remolino. ¿Dónde está, en esto, el pensamiento de mi ser?
Pero he aquí de pronto a Dios como un puño, como una guadaña de luz cortante. Me he separado violentamente de la vida, ¡quise remontar mi destino!
Dispuso de mí hasta el absurdo, este Dios; me ha mantenido vivo en un vacío de negaciones, de encarnizados renegares de mí mismo, ha destruido en mí hasta los menores empujes de vida pensante, de vida sentida. Me redujo a ser como un autómata que camina, pero un autómata que sintiera la ruptura de su inconsciencia.
Y he aquí que quise dar pruebas de mi vida, que quise unirme a la resonante realidad de las cosas, que quise romper mi fatalidad.
¿Y qué dice Dios?
Yo no sentía ni la vida, la circulación de toda idea moral era para mí como un río reseco. La vida no era para mí un objeto, una forma; había devenido una serie de razonamientos. Pero razonamientos que daban vueltas en el vacío, razonamientos que no daban vueltas, que estaban en mí como esquemas posibles que mi voluntad no llega a fijar.
Para llegar al estado de suicidio, necesito el retorno de mi yo, necesito el libre juego de todas las articulaciones de mi ser. Dios me colocó en la desesperación como en una constelación de callejones sin salida cuya iluminación conduce hasta mí. No puedo ni morir, ni vivir, ni desear morir o vivir. Y todos los hombres son como yo.
Antonin Artaud
jueves, 8 de julio de 2010
sábado, 3 de julio de 2010
viernes, 2 de julio de 2010
Propiedades de la Chía
Usos generales
Las semillas remojadas en agua liberan el mucílago, produciendo una líquido gelatinoso, en México se usa para dar sabor con jugos vegetales o esencias, y se le consume como bebida refrescante. Las semillas también pueden secarse y molerse para preparar una harina fina y de sabor intenso, llamada pinole, que se consume principalmente como dulce. Los brotes tiernos se consumen como verdura cruda o cocida y pueden ser usados en ensaladas. La semilla de la chía es desmenuzada y triturada para su consumo a si mejora sustancialmente el aprovechamiento de todos sus componentes por parte del organismo, hecho que no se logra con el consumo de la semilla entera, más aun considerando que es de un tamaño pequeño y esto dificulta su masticación.
La chía es una fuente de omega 3, que elimina la necesidad de utilizar antioxidantes artificiales como las vitaminas. De esta forma los antioxidantes de la semilla de chía le otorga una enorme ventaja sobre todas las demás fuentes de ácidos grasos omega 3, ya que permiten que pueda almacenarse por años, sin que se deteriore el sabor, el olor o el valor nutritivo.
Su alto contenido en fibra (33,6%), permite aumentar el volumen del bolo fecal que transita por el tubo digestivo, lo que se debe principalmente a su capacidad para absorber agua. En consecuencia las heces se vuelven más voluminosas y suaves, debido a la mayor hidratación. Además, el aumento del tamaño del bolo fecal estimula el tránsito intestinal, regula los movimientos intestinales, evitando el estreñimiento, la diverticulosis y el cáncer de colon.
Propiedades medicinales
La semilla chía es el cereal con el más alto contenido de Omega 3, ácido graso esencial que nuestro metabolismo es incapaz de producir y que por lo tanto es necesario aportarlo de forma exógena, con la dieta o con suplementos. Las deficiencias en los ácidos grasos esenciales se relacionan con una gran variedad de problemas, incluyendo algunos de gran importancia como son enfermedades cardiacas, cáncer y diabetes.
La sintomatología de la deficiencia o del desequilibrio en ácidos grasos esenciales, incluyen piel seca y descamada, pelo excesivamente desvitalizado, uñas quebradizas, fatiga, debilidad, infecciones recurrentes, alergias, alteraciones del humor, hiperactividad, depresión, problemas de memoria y aprendizaje, lenta curación de las heridas, articulaciones dolorosas, digestiones lentas, tensión arterial elevada, obesidad y colesterol alto.
Los ácidos grasos Omega 3 reducen la tendencia de la formación de trombos, ya que aumentan el tiempo de coagulación; disminuyen la agregación plaquetaria, la viscosidad sanguínea y el fibrinógeno. Esta más que demostrado que los ácidos grasos desempeñan un papel fundamental en la mejoría de las enfermedades cardiovasculares y de fenómenos inflamatorios como: artritis reumatoide y por lo tanto, en la disminución de diversas patologías crónicas, como por ejemplo, el asma, siendo además imprescindibles durante el embarazo ya que son necesarios para el desarrollo de la retina y el cerebro.
Uso medicinal en dolencias de los músculos: Las hojas de esta planta se calientan en las brasas y se ponen como cataplasmas en la parte donde duele o también se soba con las hojas calientitas en la parte dolorida...
También la preparación del agua fresca tomada diariamente sirve para enfermedades del hígado. Se han comprobado sus beneficios y efectos en la reducción del tamaño de tumores, como el de mama o de colon. Por eso sus beneficios son múltiples. Actuando en las enfermedades que afectan al sistema cardiovascular es decir tanto al corazón, como al cerebro y a los vasos sanguíneos. Debido a que las principales causas de las enfermedades cardiovasculares son: la arteriosclerosis, arritmias, anomalías congénitas.
Las funciones cerebrales que pueden ser afectadas si nos falta omega 3, son la dificultad de aprendizaje, Alzheimer, depresión, ansiedad problemas visuales y un desequilibrio en el sistema inmune. Provocándonos desordenes mentales y neurológicos.
Modo de preparación
La semilla de Chía puede ser ingerida en variadas formas, puede ser consumida como gel, dejándola remojar la semilla en un vaso con agua 30 minutos o más antes de consumir (idealmente agua hervida fría o mineral ya que el exceso de cloro puede destruir las propiedades). Las semillas absorberán el líquido y formaran una gelatina, mezcle bien, ésta puede ser almacenada refrigerada por 30 días para su consumo; es posible combinarla con cualquier alimento o líquido [13]. Se puede mezclar en jugos naturales, leche, yogurt, como aderezo para ensaladas, salsas, sopas, cremas, verduras, budines u omelettes, postres, panes, o como su creatividad le sugiera o en el alimento que se prefiera siempre y cuando este molida, la mejor ventaja de la semilla de chía molida es la instantánea, ya que tiene mejor absorción por parte del organismo, y se aprovechan mejor las propiedades [4].
Se puede tritura o moler para que se haga polvo o consumir entera:
1.- Semilla de chía entera: En un vaso de agua, jugos naturales, leche o yogurt, remojar por 30 minutos, hasta la formación de gel o mucílago, revolver antes de ingerir.
2.- Semilla de chía molida: Es instantánea, no requiere remojo previo y se absorbe con mayor rapidez en el organismo. La semilla molida o triturada es la que tiene toda la fibra, en cambio la harina de semilla, pierde la fibra y varias de sus propiedades.
3.- Existe una presentación de un aceite esencial de chía: El aceite de chía se convierte en una nueva fuente natural de ácidos grasos esenciales, especialmente de Omega-3. Tiene además un alto contenido de ácido linolénico, dándole un marcado efecto cardioprotector [4]. Cuidado, este no es comercializado en México, ni se acostumbra por la población, únicamente lo menciono para conocer un uso no tradicional.
4.- Preparación de la chía en agua fresca:
Ingredientes:
Una taza de semillas de chía.
Dos litros de agua.
Un tercio de taza de jugo de limón.
Una taza de azúcar.
Procedimiento: Se deja a remojar la chía en una taza de agua durante 2 o 3 horas, o hasta que esponje y suelte mucílago. En 2 litros de agua se vierte el jugo de limón y se disuelve el azúcar ya disuelta. Se agrega la chía remojada, se mezcla bien. Se sirve fría.
La chía:
No tiene gluten en su composición química por lo que es ideal para la alimentación de personas celiacas.
Nutricionalmente es una fuente de Omega 3 y posee un balance entre sus ácidos linoleicos (Omega 3 y Omega 6).
Contiene calcio, hierro, fosforo, vitamina A, potasio, magnesio, niacina y zinc.
Contiene fibras solubles, antioxidantes naturales.
Es utilizada para la pérdida de peso y obesidad.
Es antiagregante plaquetario.
Es antiinflamatorio.
Es antimutagénico.
Es anticarcinogénetico y antitumoral.
Laxante.
Hipotensor.
Ayuda a controlar los niveles de colesterol.
Reduce los niveles de los triglicéridos.
En diabetes usado como hipoglucemiante.
Refuerza el sistema inmunológico.
Tónico cardíaco y nervioso, previene enfermedades psiquiátricas (depresión, Alzheimer, déficit de atención, esquizofrenia, autismo, estrés).
Problemas gastrointestinales.
Ayuda en afecciones cardiovasculares, pulmonares y arteriosclerosis.
Se usa para tratar la anemia.
En gestación y lactancia, ayuda al desarrollo visual y neurológico del feto.
Disminuye la dermatitis.
Es analgésica, vía tópica (uso de la hoja).
Actúa como un potente repelente de insectos, evitando la necesidad de usar químicos para proteger los cultivos.
Las semillas remojadas en agua liberan el mucílago, produciendo una líquido gelatinoso, en México se usa para dar sabor con jugos vegetales o esencias, y se le consume como bebida refrescante. Las semillas también pueden secarse y molerse para preparar una harina fina y de sabor intenso, llamada pinole, que se consume principalmente como dulce. Los brotes tiernos se consumen como verdura cruda o cocida y pueden ser usados en ensaladas. La semilla de la chía es desmenuzada y triturada para su consumo a si mejora sustancialmente el aprovechamiento de todos sus componentes por parte del organismo, hecho que no se logra con el consumo de la semilla entera, más aun considerando que es de un tamaño pequeño y esto dificulta su masticación.
La chía es una fuente de omega 3, que elimina la necesidad de utilizar antioxidantes artificiales como las vitaminas. De esta forma los antioxidantes de la semilla de chía le otorga una enorme ventaja sobre todas las demás fuentes de ácidos grasos omega 3, ya que permiten que pueda almacenarse por años, sin que se deteriore el sabor, el olor o el valor nutritivo.
Su alto contenido en fibra (33,6%), permite aumentar el volumen del bolo fecal que transita por el tubo digestivo, lo que se debe principalmente a su capacidad para absorber agua. En consecuencia las heces se vuelven más voluminosas y suaves, debido a la mayor hidratación. Además, el aumento del tamaño del bolo fecal estimula el tránsito intestinal, regula los movimientos intestinales, evitando el estreñimiento, la diverticulosis y el cáncer de colon.
Propiedades medicinales
La semilla chía es el cereal con el más alto contenido de Omega 3, ácido graso esencial que nuestro metabolismo es incapaz de producir y que por lo tanto es necesario aportarlo de forma exógena, con la dieta o con suplementos. Las deficiencias en los ácidos grasos esenciales se relacionan con una gran variedad de problemas, incluyendo algunos de gran importancia como son enfermedades cardiacas, cáncer y diabetes.
La sintomatología de la deficiencia o del desequilibrio en ácidos grasos esenciales, incluyen piel seca y descamada, pelo excesivamente desvitalizado, uñas quebradizas, fatiga, debilidad, infecciones recurrentes, alergias, alteraciones del humor, hiperactividad, depresión, problemas de memoria y aprendizaje, lenta curación de las heridas, articulaciones dolorosas, digestiones lentas, tensión arterial elevada, obesidad y colesterol alto.
Los ácidos grasos Omega 3 reducen la tendencia de la formación de trombos, ya que aumentan el tiempo de coagulación; disminuyen la agregación plaquetaria, la viscosidad sanguínea y el fibrinógeno. Esta más que demostrado que los ácidos grasos desempeñan un papel fundamental en la mejoría de las enfermedades cardiovasculares y de fenómenos inflamatorios como: artritis reumatoide y por lo tanto, en la disminución de diversas patologías crónicas, como por ejemplo, el asma, siendo además imprescindibles durante el embarazo ya que son necesarios para el desarrollo de la retina y el cerebro.
Uso medicinal en dolencias de los músculos: Las hojas de esta planta se calientan en las brasas y se ponen como cataplasmas en la parte donde duele o también se soba con las hojas calientitas en la parte dolorida...
También la preparación del agua fresca tomada diariamente sirve para enfermedades del hígado. Se han comprobado sus beneficios y efectos en la reducción del tamaño de tumores, como el de mama o de colon. Por eso sus beneficios son múltiples. Actuando en las enfermedades que afectan al sistema cardiovascular es decir tanto al corazón, como al cerebro y a los vasos sanguíneos. Debido a que las principales causas de las enfermedades cardiovasculares son: la arteriosclerosis, arritmias, anomalías congénitas.
Las funciones cerebrales que pueden ser afectadas si nos falta omega 3, son la dificultad de aprendizaje, Alzheimer, depresión, ansiedad problemas visuales y un desequilibrio en el sistema inmune. Provocándonos desordenes mentales y neurológicos.
Modo de preparación
La semilla de Chía puede ser ingerida en variadas formas, puede ser consumida como gel, dejándola remojar la semilla en un vaso con agua 30 minutos o más antes de consumir (idealmente agua hervida fría o mineral ya que el exceso de cloro puede destruir las propiedades). Las semillas absorberán el líquido y formaran una gelatina, mezcle bien, ésta puede ser almacenada refrigerada por 30 días para su consumo; es posible combinarla con cualquier alimento o líquido [13]. Se puede mezclar en jugos naturales, leche, yogurt, como aderezo para ensaladas, salsas, sopas, cremas, verduras, budines u omelettes, postres, panes, o como su creatividad le sugiera o en el alimento que se prefiera siempre y cuando este molida, la mejor ventaja de la semilla de chía molida es la instantánea, ya que tiene mejor absorción por parte del organismo, y se aprovechan mejor las propiedades [4].
Se puede tritura o moler para que se haga polvo o consumir entera:
1.- Semilla de chía entera: En un vaso de agua, jugos naturales, leche o yogurt, remojar por 30 minutos, hasta la formación de gel o mucílago, revolver antes de ingerir.
2.- Semilla de chía molida: Es instantánea, no requiere remojo previo y se absorbe con mayor rapidez en el organismo. La semilla molida o triturada es la que tiene toda la fibra, en cambio la harina de semilla, pierde la fibra y varias de sus propiedades.
3.- Existe una presentación de un aceite esencial de chía: El aceite de chía se convierte en una nueva fuente natural de ácidos grasos esenciales, especialmente de Omega-3. Tiene además un alto contenido de ácido linolénico, dándole un marcado efecto cardioprotector [4]. Cuidado, este no es comercializado en México, ni se acostumbra por la población, únicamente lo menciono para conocer un uso no tradicional.
4.- Preparación de la chía en agua fresca:
Ingredientes:
Una taza de semillas de chía.
Dos litros de agua.
Un tercio de taza de jugo de limón.
Una taza de azúcar.
Procedimiento: Se deja a remojar la chía en una taza de agua durante 2 o 3 horas, o hasta que esponje y suelte mucílago. En 2 litros de agua se vierte el jugo de limón y se disuelve el azúcar ya disuelta. Se agrega la chía remojada, se mezcla bien. Se sirve fría.
La chía:
No tiene gluten en su composición química por lo que es ideal para la alimentación de personas celiacas.
Nutricionalmente es una fuente de Omega 3 y posee un balance entre sus ácidos linoleicos (Omega 3 y Omega 6).
Contiene calcio, hierro, fosforo, vitamina A, potasio, magnesio, niacina y zinc.
Contiene fibras solubles, antioxidantes naturales.
Es utilizada para la pérdida de peso y obesidad.
Es antiagregante plaquetario.
Es antiinflamatorio.
Es antimutagénico.
Es anticarcinogénetico y antitumoral.
Laxante.
Hipotensor.
Ayuda a controlar los niveles de colesterol.
Reduce los niveles de los triglicéridos.
En diabetes usado como hipoglucemiante.
Refuerza el sistema inmunológico.
Tónico cardíaco y nervioso, previene enfermedades psiquiátricas (depresión, Alzheimer, déficit de atención, esquizofrenia, autismo, estrés).
Problemas gastrointestinales.
Ayuda en afecciones cardiovasculares, pulmonares y arteriosclerosis.
Se usa para tratar la anemia.
En gestación y lactancia, ayuda al desarrollo visual y neurológico del feto.
Disminuye la dermatitis.
Es analgésica, vía tópica (uso de la hoja).
Actúa como un potente repelente de insectos, evitando la necesidad de usar químicos para proteger los cultivos.
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herbolaria,
medicina tradicional mexicana
...
Vida al instante.
Función sin ensayo.
Cuerpo sin prueba.
Cabeza sin reflexión.
Ignoro el papel que hago.
Sólo sé que es mío, no es intercambiable.
De qué va la obra,
debo adivinarlo sobre el escenario.
Malamente preparada para el honor de la vida,
Soporto a duras penas el compás impuesto de la acción.
Improviso , aunque aborrezco la improvisación.
Tropiezo a cada paso con el desconocimiento de causa.
Mi modo de vivir huela a aldea.
Mis instintos son de aprendiz.
La vergüenza, al excusarme, tanto más me humilla.
Siento las circunstancias atenuantes como crueles.
Palabras y gestos irrevocables,
estrellas no contadas,
el carácter, como un abrigo abrochado, en marcha,
he aquí el penoso fruto de este apremio.
¡Si al menos pudiera un miércoles ensayar primero,
o al menos un jueves repetir una vez más!
¿Acaso está bien? –pregunto
(con voz ronca,
pues ni me han dejado aclararla tras los bastidores).
Es vano pensar que no es más que un examen somero
hecho en un lugar provisorio. No.
Me hallo entre los decorados y veo cuán sólidos son.
Me choca la precisión de cualquier atrezzo.
El equipo giratorio funciona desde hace largo rato.
Las nebulosas más lejanas ya han sido encendidas.
Ah, no me cabe duda de que esto es el estreno.
Y lo que haga
se tornará siempre en lo que hice.
W. Szymborska
Función sin ensayo.
Cuerpo sin prueba.
Cabeza sin reflexión.
Ignoro el papel que hago.
Sólo sé que es mío, no es intercambiable.
De qué va la obra,
debo adivinarlo sobre el escenario.
Malamente preparada para el honor de la vida,
Soporto a duras penas el compás impuesto de la acción.
Improviso , aunque aborrezco la improvisación.
Tropiezo a cada paso con el desconocimiento de causa.
Mi modo de vivir huela a aldea.
Mis instintos son de aprendiz.
La vergüenza, al excusarme, tanto más me humilla.
Siento las circunstancias atenuantes como crueles.
Palabras y gestos irrevocables,
estrellas no contadas,
el carácter, como un abrigo abrochado, en marcha,
he aquí el penoso fruto de este apremio.
¡Si al menos pudiera un miércoles ensayar primero,
o al menos un jueves repetir una vez más!
¿Acaso está bien? –pregunto
(con voz ronca,
pues ni me han dejado aclararla tras los bastidores).
Es vano pensar que no es más que un examen somero
hecho en un lugar provisorio. No.
Me hallo entre los decorados y veo cuán sólidos son.
Me choca la precisión de cualquier atrezzo.
El equipo giratorio funciona desde hace largo rato.
Las nebulosas más lejanas ya han sido encendidas.
Ah, no me cabe duda de que esto es el estreno.
Y lo que haga
se tornará siempre en lo que hice.
W. Szymborska
jueves, 1 de julio de 2010
miércoles, 30 de junio de 2010
ELABORACIÓN DE COMPOSTA
Procedimiento:
Separar los residuos orgánicos, evitando añadir productos como carne, grasa y huesos.
Elaborar la cepa de las dimensiones que considere adecuadas de acuerdo a la cantidad de residuos que produzca, o bien preparar los contenedores o cajas de madera, recubriéndolas con un plástico perforado para proporcionarle ventilación adecuada a la composta.
Si la cepa o los residuos con que se va a elaborar la composta tienen humedad, se deberá poner una capa de aserrín en el fondo (de 5 cm. aproximadamente) con el objeto de absorberla.
Colocar una capa de residuos orgánicos, una de tierra y otra de cal, continuar este procedimiento hasta completar la capacidad de la cepa, contenedor o caja de madera.
Es conveniente cubrir el compostero con un plástico, para conservar el calor, producto de la descomposición de la materia orgánica.
Transcurridos 15 días de haber llenado el compostero, con la ayuda de un palo mezclar la materia orgánica para favorecer la aireación y la descomposición de la materia orgánica de manera uniforme, además deberá humedecer la composta si ésta se encuentra seca, cuidando de que la cantidad de agua no sea excesiva.
Repetir el procedimiento anterior hasta 90 días después de haber iniciado el procedimiento, después de los cuales se obtendrá un producto negro, libre de malos olores, que será un excelente abono orgánico para utilizarlo en nuestras plantas, jardín o en huertos familiares.
A los 4 días revuelve tu composta y repite los pasos del 2 al 5 con los nuevos desperdicios.
Después de 60 días tienes un abono muy fértil para huertos y jardines.
El tiempo de preparación de la composta dependerá del grado de participación de quien la hace, debido a que se necesitan tres elementos muy importantes para su desarrollo: el agua (debe mantenerse húmeda), el oxígeno (debe voltearse cada dos o tres días) y la temperatura (debe mantenerse al sol para que su temperatura sea mayor que la exterior, ya que el calor moderado ayuda al proceso de descomposición). Si se participa activamente en el proceso de preparación de la composta, el producto final puede estar listo en dos o tres meses.
El mismo se conoce como humus, y es un material de tierra color marrón oscuro o negro de mejor calidad que cualquier tierra buena o "top soil" que usted pueda conseguir comercialmente, ya que no contiene ningún tratamiento químico o artificial.
¿Qué beneficios tiene?
Reducir el volumen de basura
Producir abono orgánico
Evitar la contaminación de agua, suelo y aire.
http://www.animales-en-extincion.com/composta-que-es.html
Separar los residuos orgánicos, evitando añadir productos como carne, grasa y huesos.
Elaborar la cepa de las dimensiones que considere adecuadas de acuerdo a la cantidad de residuos que produzca, o bien preparar los contenedores o cajas de madera, recubriéndolas con un plástico perforado para proporcionarle ventilación adecuada a la composta.
Si la cepa o los residuos con que se va a elaborar la composta tienen humedad, se deberá poner una capa de aserrín en el fondo (de 5 cm. aproximadamente) con el objeto de absorberla.
Colocar una capa de residuos orgánicos, una de tierra y otra de cal, continuar este procedimiento hasta completar la capacidad de la cepa, contenedor o caja de madera.
Es conveniente cubrir el compostero con un plástico, para conservar el calor, producto de la descomposición de la materia orgánica.
Transcurridos 15 días de haber llenado el compostero, con la ayuda de un palo mezclar la materia orgánica para favorecer la aireación y la descomposición de la materia orgánica de manera uniforme, además deberá humedecer la composta si ésta se encuentra seca, cuidando de que la cantidad de agua no sea excesiva.
Repetir el procedimiento anterior hasta 90 días después de haber iniciado el procedimiento, después de los cuales se obtendrá un producto negro, libre de malos olores, que será un excelente abono orgánico para utilizarlo en nuestras plantas, jardín o en huertos familiares.
A los 4 días revuelve tu composta y repite los pasos del 2 al 5 con los nuevos desperdicios.
Después de 60 días tienes un abono muy fértil para huertos y jardines.
El tiempo de preparación de la composta dependerá del grado de participación de quien la hace, debido a que se necesitan tres elementos muy importantes para su desarrollo: el agua (debe mantenerse húmeda), el oxígeno (debe voltearse cada dos o tres días) y la temperatura (debe mantenerse al sol para que su temperatura sea mayor que la exterior, ya que el calor moderado ayuda al proceso de descomposición). Si se participa activamente en el proceso de preparación de la composta, el producto final puede estar listo en dos o tres meses.
El mismo se conoce como humus, y es un material de tierra color marrón oscuro o negro de mejor calidad que cualquier tierra buena o "top soil" que usted pueda conseguir comercialmente, ya que no contiene ningún tratamiento químico o artificial.
¿Qué beneficios tiene?
Reducir el volumen de basura
Producir abono orgánico
Evitar la contaminación de agua, suelo y aire.
http://www.animales-en-extincion.com/composta-que-es.html
domingo, 27 de junio de 2010
LAS SOMBRAS
LAS SOMBRAS
Tú estás allí
frente a mí
en la luz del amor
Y yo
yo estoy allí
frente a ti
con la música de la felicidad
Pero tu nombre
sobre la pared
acecha todos los instantes
de mis días
y la sombra mía
hace lo mismo
espiando tu libertad
Y sin embargo te amo
y tú me amas
como se ama el día y la vida o el verano
Pero como las horas que se siguen
y no suenan jamás juntas
nuestras dos sombras se persiguen
como dos perros del mismo tamaño
desligados de la misma cadena
pero hostiles los dos al amor
únicamente fieles a su dueño
a su dueña
y que esperan pacientemente
pero temblando de angustia
la separación de los amantes
que esperan
que nuestra vida se acabe
y nuestro amor
y que nuestros huesos les sean arrojados
para agarrarlos
y esconderlos y enterrarlos
y enterrarse al mismo tiempo
bajo las cenizas del deseo
en los restos del tiempo.
Jacques Prévert
Tú estás allí
frente a mí
en la luz del amor
Y yo
yo estoy allí
frente a ti
con la música de la felicidad
Pero tu nombre
sobre la pared
acecha todos los instantes
de mis días
y la sombra mía
hace lo mismo
espiando tu libertad
Y sin embargo te amo
y tú me amas
como se ama el día y la vida o el verano
Pero como las horas que se siguen
y no suenan jamás juntas
nuestras dos sombras se persiguen
como dos perros del mismo tamaño
desligados de la misma cadena
pero hostiles los dos al amor
únicamente fieles a su dueño
a su dueña
y que esperan pacientemente
pero temblando de angustia
la separación de los amantes
que esperan
que nuestra vida se acabe
y nuestro amor
y que nuestros huesos les sean arrojados
para agarrarlos
y esconderlos y enterrarlos
y enterrarse al mismo tiempo
bajo las cenizas del deseo
en los restos del tiempo.
Jacques Prévert
Fin y principio
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
Wislawa Szymborska
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
Wislawa Szymborska
...
"...el tiempo es una falacia. Vivimos en un presente continuo, siempre cambiante, eterno. Las oportunidades se agarran al vuelo pues todo cambia a cada instante. Cada momento de vuestra vida es el único. Bebeos la vida de un trago pues todo está en perpetuo movimiento. Sed felices, AHORA. Ahora es lo único que teneis, sentidlo intensamente y vividlo. Si vivís el presente sereis eternamente, si no ni tan siquiera podreis decir que existís.
Deseo para vosotros todo lo mejor. Nunca confieis en las teorías de nadie. Nunca acepteis creencias de ningún género. Creo recordar que nunca os sugerí creer nada sino vivir intensamente la vida. Una persona puede considerarse afortunada si distingue entre lo que realmente sabe y lo que tan sólo es una creencia... y, además, tiene sentido del humor..."
Deseo para vosotros todo lo mejor. Nunca confieis en las teorías de nadie. Nunca acepteis creencias de ningún género. Creo recordar que nunca os sugerí creer nada sino vivir intensamente la vida. Una persona puede considerarse afortunada si distingue entre lo que realmente sabe y lo que tan sólo es una creencia... y, además, tiene sentido del humor..."
Thoreau
El poeta no es un billete de mercancía de feria, que requiere instituciones y edictos para su vigencia,sino el hijo más fuerte de la tierra y el Cielo, y por su mayor fuerza y resistencia sus desfallecientes compañeros reconocerán el Dios que hay en él. Después de todo, son los seguidores de la Belleza quienes han hecho el trabajo realmente pionero para poblar el mundo.
H.D. Thoreau
H.D. Thoreau
viernes, 25 de junio de 2010
lunes, 21 de junio de 2010
viernes, 18 de junio de 2010
Carta a una señorita en París.
Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar… Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá… Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enteraría; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.
Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro… entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubera sido preferible matar en seguida al conejito y… Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable… Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo… y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aun-que yo… Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)
Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas… ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un click final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a Lavanda, en el fondo de un pozo tibio.
Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pudee me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.
Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.
Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.
De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)
Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.
Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.
Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.
No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.
Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡ Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vaina esperanza de que no sea verdad.
Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).
A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si… para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.
Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces… Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.
Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora – En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.
Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.
He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo… En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá… Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enteraría; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.
Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro… entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubera sido preferible matar en seguida al conejito y… Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable… Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo… y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aun-que yo… Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)
Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas… ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un click final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a Lavanda, en el fondo de un pozo tibio.
Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pudee me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.
Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.
Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.
De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)
Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.
Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.
Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.
No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.
Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡ Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vaina esperanza de que no sea verdad.
Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).
A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si… para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.
Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces… Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.
Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora – En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.
Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.
He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo… En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.
He pasado toda la noche sin dormir
He pasado toda la noche sin dormir, viendo,
sin espacio tu figura.
Y viéndola siempre de maneras diferentes
de como ella me parece.
Hago pensamientos con el recuerdo de lo que
es ella cuando me habla,
y en cada pensamiento cambia ella de acuerdo
con su semejanza.
Amar es pensar.
Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.
No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no
pienso más que en ella.
Tengo una gran distracción animada.
Cuando deseo encontrarla
casi prefiero no encontrarla,
Para no tener que dejarla luego.
No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que
quiero. Quiero tan solo
Pensar en ella.
Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.
sin espacio tu figura.
Y viéndola siempre de maneras diferentes
de como ella me parece.
Hago pensamientos con el recuerdo de lo que
es ella cuando me habla,
y en cada pensamiento cambia ella de acuerdo
con su semejanza.
Amar es pensar.
Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.
No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no
pienso más que en ella.
Tengo una gran distracción animada.
Cuando deseo encontrarla
casi prefiero no encontrarla,
Para no tener que dejarla luego.
No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que
quiero. Quiero tan solo
Pensar en ella.
Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.
Poema del 16 de septiembre de 1961
” Qué terriblemente triste me siento al pensar de mi madre
dormida en su cama
que algún día morirá
aunque ella se diga: “la muerte no debe preocuparnos,
después de esta vida empezamos otra”
Qué terriblemente triste me siento de todos modos-
Que no tenga vino que me haga olvidar mi diente cariado es
bastante malo
pero que todo mi cuerpo esté pudriéndose y el cuerpo de mi
madre se pudra
hacia la muerte, es tan enloquecedoramente triste.
Salí al amanecer puro: pero, por qué debería alegrarme
ante un amanecer
que levanta otro rumor de guerra,
y por qué debería estar triste: ¿no es por lo menos el
aire puro y fresco?
Contemplé las flores: una de ellas ha caído:
otra acaba de abrirse: ni una ni otra estaba
triste o alegre.
Súbitamente comprendí que todas las cosas sólo
van y vienen
incluido cualquier sentimiento de tristeza: también
se irá:
triste hoy alegre mañana: sobrio hoy borracho mañana
¿por qué inquietarse
tanto?
Todos en el mundo tienen defectos lo mismo que yo.
¿Por qué deprimirse? Es sólo un sentimiento que
viene y va.
Todo viene y va. ¡Qué extraordinario!
!Guerras dañinas existirán siempre!
Formas agradables se van también.
Ya que todo viene y va: ¿por qué estar triste?
¿o alegre?
Enfermo hoy sano mañana. Pero tan triste sigo
siendo el mismo.
Todo viniendo y yendo en todas partes,
los mismos lugares viniendo y yendo.
De cualquier modo todos terminaremos en el cielo,
juntos en esa dorada gloria eterna que he visto.
¡Oh! qué condenadamente triste es que no pueda
escribir bien sobre ello.
Esto es un intento a la fácil ligereza
de la poesía ciardiana.
Debería de hacerlo a mi manera.
Pero eso también se irá, las preocupaciones
acerca del estilo. Acerca de la tristeza.
¡Mi gatito ronroneando feliz odia
las puertas!
Y a veces está triste y silencioso,
nariz caliente, sollozos,
y un leve maullido doliente.
Allí van las aves, volando hacia el oeste
un momento.
¿Quién llegará a conocer el
mundo antes de que se vaya?
podría decir que quizás ella era más feliz
que todos
esa vieja solitaria del chal
en el tren de vagones naranja
con el pequeño pájaro manso
en su pañuelo
al que le canturreaba
todo el tiempo
mia mascotta
mia mascotta
y ni uno de los excursionistas de domingo
con sus botellas y sus canastas
le ponía atención
y el vagón
chirriaba a través de los maizales
tan lentamente que
las mariposas
entraban y salían. “
Jack Kerouac
dormida en su cama
que algún día morirá
aunque ella se diga: “la muerte no debe preocuparnos,
después de esta vida empezamos otra”
Qué terriblemente triste me siento de todos modos-
Que no tenga vino que me haga olvidar mi diente cariado es
bastante malo
pero que todo mi cuerpo esté pudriéndose y el cuerpo de mi
madre se pudra
hacia la muerte, es tan enloquecedoramente triste.
Salí al amanecer puro: pero, por qué debería alegrarme
ante un amanecer
que levanta otro rumor de guerra,
y por qué debería estar triste: ¿no es por lo menos el
aire puro y fresco?
Contemplé las flores: una de ellas ha caído:
otra acaba de abrirse: ni una ni otra estaba
triste o alegre.
Súbitamente comprendí que todas las cosas sólo
van y vienen
incluido cualquier sentimiento de tristeza: también
se irá:
triste hoy alegre mañana: sobrio hoy borracho mañana
¿por qué inquietarse
tanto?
Todos en el mundo tienen defectos lo mismo que yo.
¿Por qué deprimirse? Es sólo un sentimiento que
viene y va.
Todo viene y va. ¡Qué extraordinario!
!Guerras dañinas existirán siempre!
Formas agradables se van también.
Ya que todo viene y va: ¿por qué estar triste?
¿o alegre?
Enfermo hoy sano mañana. Pero tan triste sigo
siendo el mismo.
Todo viniendo y yendo en todas partes,
los mismos lugares viniendo y yendo.
De cualquier modo todos terminaremos en el cielo,
juntos en esa dorada gloria eterna que he visto.
¡Oh! qué condenadamente triste es que no pueda
escribir bien sobre ello.
Esto es un intento a la fácil ligereza
de la poesía ciardiana.
Debería de hacerlo a mi manera.
Pero eso también se irá, las preocupaciones
acerca del estilo. Acerca de la tristeza.
¡Mi gatito ronroneando feliz odia
las puertas!
Y a veces está triste y silencioso,
nariz caliente, sollozos,
y un leve maullido doliente.
Allí van las aves, volando hacia el oeste
un momento.
¿Quién llegará a conocer el
mundo antes de que se vaya?
podría decir que quizás ella era más feliz
que todos
esa vieja solitaria del chal
en el tren de vagones naranja
con el pequeño pájaro manso
en su pañuelo
al que le canturreaba
todo el tiempo
mia mascotta
mia mascotta
y ni uno de los excursionistas de domingo
con sus botellas y sus canastas
le ponía atención
y el vagón
chirriaba a través de los maizales
tan lentamente que
las mariposas
entraban y salían. “
Jack Kerouac
lunes, 14 de junio de 2010
...
¿Es que en verdad se vive aquí en la tierra?
!No para siempre aquí!
Un momento en la tierra,
si es de jade se hace astillas,
si es de oro se destruye,
si es plumaje de ketzalli se rasga,
!No para siempre aquí!
Un momento en la tierra.
Nezahualcóyotl.
!No para siempre aquí!
Un momento en la tierra,
si es de jade se hace astillas,
si es de oro se destruye,
si es plumaje de ketzalli se rasga,
!No para siempre aquí!
Un momento en la tierra.
Nezahualcóyotl.
Anarquismo y Tao
Un país se administra por la rectitud,
una guerra se conduce con estrategia,
pero el mundo se gana por el no-actuar.
¿Cómo sé que esto es así?
Por lo siguiente:
A medida que aumentan las leyes limitando la acción de los hombres,
éstos se empobrecen.
Cuantos más implementos de bienestar tiene el pueblo,
más el estado se perturba.
Cuantos más artesanos ingeniosos hay,
más objetos extravagantes aparecen.
Cuantas más leyes y decretos se promulgan,
más ladrones y bandidos hay.
Por eso el Hombre Justo declara:
"No actúo
y el pueblo se transforma por sí mismo.
Amo la quietud
y el pueblo adoptará el orden.
No intervengo
y el pueblo se hace próspero por sí mismo.
No alimento deseos
y el pueblo se comportará honestamente”.
una guerra se conduce con estrategia,
pero el mundo se gana por el no-actuar.
¿Cómo sé que esto es así?
Por lo siguiente:
A medida que aumentan las leyes limitando la acción de los hombres,
éstos se empobrecen.
Cuantos más implementos de bienestar tiene el pueblo,
más el estado se perturba.
Cuantos más artesanos ingeniosos hay,
más objetos extravagantes aparecen.
Cuantas más leyes y decretos se promulgan,
más ladrones y bandidos hay.
Por eso el Hombre Justo declara:
"No actúo
y el pueblo se transforma por sí mismo.
Amo la quietud
y el pueblo adoptará el orden.
No intervengo
y el pueblo se hace próspero por sí mismo.
No alimento deseos
y el pueblo se comportará honestamente”.
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