miércoles, 22 de septiembre de 2010

Filosofía del Silencio

Los antiguos nos han dejado hermosas máximas sobre este tema que se encuentran dispersas en nuestros libros. Comienzan por reprobar cuatro especies de silencio o taciturnidad. Callarse cuando se tienen dudas de las consecuencias y no consultar para esclarecerlas, o lo que es peor aún, permanecer voluntariamente en una tosca ignorancia antes que hablar para instruirse es tontería y estupidez. Callarse por una complacencia cobarde, y precisamente para ganar la afección de los grandes, es interes y halago. Callarse para esconder sus defectos, bajo la apariencia de reserva, es orgullo. Esconder, en fin, bajo la apariencia de un silencio modesto y un continente sencillo, un corazón lleno de veneno y de malicia para realizar con más seguridad un mal propósito, es hipocresía. Todos estos no son silencios, sino silencios criminales, puesto que existe un silencio loable que puede originarse en varios buenos motivos y que tiene también varios buenos efectos.



El sabio habla siempre con pudor y con un aire modesto, como si reconociera defectos en sus acciones y en sus palabras. Desde la más remota antigüedad el hombre poco reservado en sus palabras ha pasado por poco arreglado en el resto e incapaz de grandes acciones. De esta manera, el pudor, la modestia y la reserva vienen a ser como las primeras lecciones de lo que se llama silencio o arte de callarse. El sabio, añade Confucio, ama callarse; o al menos, no gusta de hablar mucho porque está ocupado en el cuidado de obrar bien, y el amor que tiene por el silencio nace naturalmente de su constante preocupación en vigilar sus acciones. Por consiguiente, si las personas virtuosas hablan comúnmente poco, no es porque hagan consistir la virtud en un número breve de palabras, ni porque se callen precisamente por callarse. Su fin es más elevado ya que consideran el silencio como un medio de conservar la virtud y adquirirla. Yeng Tse tuvo por modelo a Tien. Tien no dice ni una palabra ¿qué necesidad tiene de hablar? las cuatro estaciones se suceden con orden, cada cosa crece a su tiempo, ¿qué necesidad hay de que Tien hable?


Ouang Yong Ming

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