Agustín García Calvo
Aparte del futuro de cada uno os quiero hablar del futuro de la Humanidad. Os hacen creer que la Humanidad va a algún sitio donde las cosas cada vez van a marchar mejor. Sólo con haber vivido veinte años ya se ve que no, que no es verdad. Ya se ve que las cosas, por el contrario, marchan peor, ya se ve que los artilugios que se suponía servían para facilitar la vida, no hacen más que estorbarla. Desde pequeños hasta ahora habéis percibido aquí, en Barcelona mismo, que cada vez sucede que estamos más en obras, "perdonen las molestias". Obras para el mañana, "Barcelona 92", "Barcelona 2035", qué importa. Pero la Barcelona de hoy es una Barcelona en obras. "Y para su bien, le estamos arreglando el restaurante para que disfrute usted de un mejor servicio mañana." De momento me están llenando el restaurante de cal y de cemento por los resquicios de las mesas; ésta es la situación real, la que palpo. Esto es progresivo y obedece a una ley económica. La necesidad de fabricar inutilidades es esencial a la forma desarrollada de Estado y Capital, es uno de los procedimientos esenciales de esa guerra a la que llaman paz. Es con la descripción de esto con lo que voy a terminar y mostrar cómo está ligado con el perpetuo y progresivo estropicio de la vida.
Tienen que producir inutilidades. El Capital en su forma avanzada no tiene otra ley que la del despilfarro. A vosotros os lo ocultan, os quieren hacer creer que el dinero en las altas esferas se mueve para tal y cual cosa, se mueve y, ya véis, que da lo mismo para preparar la "Expo del 92" que para resolver la crisis del Golfo Pérsico. Es absurdo, lo importante es gastarlo. La única condición del despilfarro que es el movimiento del Capital, primero y por supuesto, que no se trate de un dinero como éste que os dejan a vosotros, un dinero de unos pocos miles de pesetas con el que se compra un café y lo más paga uno el alquiler del piso. El que vale es el dinero serio, dinero que está por encima de los miles de millones de dólares. Si no está en ese nivel no sirve, es la primera condición. Tiene que ser un dinero así y ese dinero no tiene relación con ése que os dejan a vosotros. ¡No! Tiene una relación muy indirecta ése que os dejan sino para el engaño, para el entretenimiento de la vida, para aspirar a ganar más, diez mil pesetas más el año que viene y así, para crearle futuritos a uno.
Las leyes del dinero verdadero, el de los miles de millones de dólares son otra cosa. Y ahí la única ley es ésa, el Capital tiene que moverse y esto quiere decir necesariamente despilfarro. La única condición es que sea de verdad "un despilfarro", es decir que la cosa que sirve de pretexto para el movimiento del Capital a la gente no le sirva para nada, que sea perfectamente inútil. Si hay algún peligro de que la cosa sirva para algo, entonces el Capital se echa para atrás, empieza a no gustarle. El Capital se lanza furioso a la promoción entusiasta, a la promoción de cualquier cosa que se le proponga con tal de que cumpla esta condición: que sea inútil. Por tanto si al Capital le proponen que en la Ciudad Universitaria de Madrid se vuelvan a restaurar las vías de los tranvías para resolver de una vez el atasco, del que casi no podéis haceros idea, ahora, al que hemos llegado allí. Una vez que ha tenido que venderle automóviles a los estudiantes, a los bedeles y a los hijos de maría santísima que van ha hacer allí algún cursillo de informática catequística, cuando se produce algo de todo esto, el Capital se echa para atrás: "¿Voy a moverme yo para poner vías de tranvía y resolver esto? A ver quién le vende después automóviles a los chicos; cómo se le siguen vendiendo autos si se resulve el problema de la circulación. Para atrás, inútil intentarlo, hay un riesgo de utilidad." En cambio les dicen: Vamos a montar una torre de 92 metros para conmemorar el 92; creen que el metro es el metro, creen que saben lo que mide un metro. Nadie sabe lo que mide un metro, pero ellos creen que sí que saben lo que mide un metro y que por tanto 92, son 92. Una torre de 92 metros es una conmemoración del año 92, los números son los números. Vamos a montar una torre de 92 metros, ahí a la entrada de la Moncloa para que, entre otras cosas, se vigile el tráfico y se controlen los atascos de la Ciudad Universitaria desde el piso 28, de paso lo llenaremos con otras oficinas, oficinas de producción de nada se entiende, porque sino no sirven. Oficinas de producción de nada en todos los otros pisos, y arriba haremos una terracita que es el móvil cultural: haremos una terracita, de modo que se pueda ver desde allí el Guadarrama para que la gente puede subir a ver el Guadarrama. Le propongo una cosa de éstas y entonces el Capital, cajas de ahorros, bancas, fondos de los ministerios se echan y dicen: "ésta es la nuestra, para esto es para lo que estamos hechos." Y, efectivamente, como no se les vaya de manos, fabrican la torre de 92 metros. Para qué os voy a decir. Sin salirme mucho de la política de transportes, cierran -cierra la RENFE- vías por todas partes por motivos de rentabilidad, porque dicen que a lo mejor les cuestan diez millones al año mantenerlas. Pero les dicen, "vamos a hacer un alta velocidad París-Sevilla para unir las ciudades en cinco horas", -¡no se sabe a quién coño le puede hacer falta estar de París a Sevilla en cinco horas!- pero vamos a hacer un París-Sevilla que nos cueste un par de billones de billones de pesetas. ¿Un par de billones de billones de pesetas? ¡Ah! es otra cosa. Y entonces el Capital se lanza.
Pero para qué más ejemplos. Los tenéis todos los días y convendría que os esforzárais en encontrarlos en vuestra vida cotidiana. El despilfarro es una necesidad, efectivamente, el dinero no se mueve para otra cosa más que para ello. Sí, ahora me doy cuenta que os había prometido que esto lo iba a enlazar con una penúltima cuestión que había formulado y de la que no os habréis dado cuenta seguramente, o se os habrá pasado. Sí, porque yo estaba pensando en enlazar esta necesidad esencial con la cuestión. Efectivamente, esta necesidad condiciona las vidas privadas, no hay nada que se escape a este condicionamiento y estos movimientos del dinero que parece que suceden en altas esferas, están de alguna manera sin embargo condicionando. Aquí quien cuenta, quien se acostumbra a contar de esa manera los millones de dólares y los metros y cosas así, cuenta de igual manera las vidas. Las vidas están contadas según el mismo procedimiento y el despilfarro de vidas, por eso es por lo que esto no deja de ser literalmente una guerra. Es preciso despilfarrar vidas y ésa es otra manera de glosar aquello que os decía de la administración de muerte como función esencial del Estado-Capital. Es preciso despilfarrarlas, por supuesto matando gente, sólo en España seis mil ocupantes de automóvil al año en las carreteras. Si cogéis los meses que ha durado la farsa, en Europa han muerto diez mil veces más que en el Golfo Pérsico. Y cuando se muestran estas formas de guerra, este literal asesinato de súbditos y de clientes en números contados, uno se pregunta, "pero bueno, hay una diferencia, porque a aquellos pobrecillos de Bagdad los mataban, mientras que un automovilista que sale a la autopista un fin de semana ya sabe lo que hace." Esta pretensión de diferencia es la última con la que quería cerrar esta presentación. Es mentirosa. Nadie sabe lo que hace. A uno le han dicho que tiene un 997 por 1.000 de probabilidades, eso es todo lo que quieren hacer pasar por "saber".
Eso es todo lo contrario de lo que aquí os propongo como tal cosa. Literalmente, no saben lo que hacen. Obedece el que se compra un auto que no le sirve para nada y el que, una vez lo ha comprado, se ve obligado a sacarlo el fin de semana, porque si no le da vergüenza habérselo comprado. ¡Claro!, si no hace ningún paripé de usarlo de vez en cuando, quien hace eso es tan ignorante como el militroncho, mercenario o no, de los EE.UU., de los que mandan a la guerra del Golfo. Igual, igual de poco saben el uno que el otro y con la misma falta de inteligencia y con la misma sumisión mueren el uno que el otro. De forma que no hay la menor diferencia entre las cosas que se venden como guerra y esta paz que os estoy presentando. Pero os advierto que desde luego no es lo más terrible las muertes en autopista los fines de semana. Lo más terrible es la otra muerte que antes os he presentado. Esa administración que consiste en la conversión de la vida corriente en futuro. Ésa que abarca muchos más millones todavía que se realiza cotidianamente. Ésa es la verdadera forma de la guerra. Ahí es donde hay que aprender a reconocer la condición de guerra de esta paz y donde os invito por vuestra cuenta a que sigáis dándole vueltas.
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