Era al atardecer, se respiraba una fragancia de abetos, veíanse a lo lejos montañas grises, en lo alto brillaba la nieve. Un cielo azul y aquietado se extendía por encima. Así, nunca vemos nada tal como es en sí, sino que siempre lo recubrimos de una delicada membrana anímica: ésta es lo que entonces vemos. Ante estas cosas naturales despiértanse sentimientos heredados, disposiciones propias. Vemos algo de nosotros mismos: en tal medida es este mundo también nuestra representación. Bosque, montaña, no son sólo concepto, sino nuestra experiencia e historia, una parte de nosotros.
F. Nietzsche. Humano, demasiado humano.
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