domingo, 23 de diciembre de 2012
domingo, 9 de diciembre de 2012
Charles Bukowski, fragmento de "La senda del perdedor"
“Nunca me sentí solo. He estado en una habitación, me he sentido suicida. Estuve deprimido, me he sentido horrible más allá de lo descriptible, pero nunca pensé que una persona podía entrar a una habitación y curarme. Ni varias personas. En otras palabras, la soledad no es algo que me molesta porque siempre tuve este terrible deseo de estar solo. Siento la soledad cuando estoy en una fiesta, o en un estadio lleno de gente vitoreando algo. Citaré a Ibsen: ‘Los hombres más fuertes son los más solitarios’. Nunca pensé: ‘Bueno, ahora va a entrar una rubia hermosa y vamos a garchar, y me va a frotar las bolas, y me voy a sentir bien’. No, eso no iba a ayudar. Viste cómo piensa la gente común: ‘Guau, es viernes a la noche, ¿qué vamos a hacer? ¿Quedarnos acá sentados?’. Bueno, sí. Porque no hay nada allá afuera. Es estupidez. Gente estúpida mezclándose con gente estúpida. Que se estupidicen entre ellos. Nunca tuve la ansiedad de lanzarme a la noche. Me escondía en bares porque no quería esconderme en fábricas. Eso es todo. Les pido perdón a los millones, pero nunca me sentí solo. Me gusta estar conmigo mismo. Soy la mejor forma de entretenimiento que puedo encontrar.”
jueves, 18 de octubre de 2012
"El deseo de desaparecer, porque las cosas desaparecen, emponzoñó tan atrozmente mi sed de ser que, en medio de los resplandores del tiempo, el aliento se apagaba y el ocaso de la naturaleza me envolvía en multitud de sombras. Y como veía el tiempo en todas las cosas, esperaba salvarlas a todas del tiempo.
La necesidad de convertir a los seres en eternos por medio de la adoración, la premura por elevarlos, por exceso de corazón, de su destrucción natural me parecía la única labor apreciable. No sé de nada que yo haya amado sin odiarlo a la vez por no poderlo sustraer, mediante el baile de llamas de mi alma, a la ley de su aniquilación. Quise que todo fuera. Y todo era únicamente en la fugacidad de mis fiebres. El mundo se me escapaba porque el mundo ya no era...¿Por qué no se encadenan en el tiempo ?
¿Es que no mora en mí bastante eternidad?
Si las cosas extintas supiesen cuánto las he amado se procurarían un alma sólo para llorarme. Ninguna de las cosas del mundo podrá acusarme de indolencia..."
Emile Cioran. Breviario de los vencidos. Marginales Tusquets. p. 43
domingo, 16 de septiembre de 2012
Limones
1. Limpieza del intestino: El sabor amargo de los limones otorga a estos frutos la capacidad de aumentar el peristaltismo, movimiento de bombeo en los intestinos, lo cual ayuda a eliminar los desechos de los intestinos y mejorar la regularidad. Agregue el jugo de un limón a una taza de agua caliente y bébala a primera hora de la mañana.
2. Cáncer: Los limones contienen 22 compuestos contra el cáncer, incluyendo limoneno, un aceite de origen natural que retrasa o detiene el crecimiento de los tumores de cáncer en los animales. Los limones también contienen una sustancia llamada glucósidos flavonoides que detienen la división celular en las células cancerosas.
3. Los resfriados y la gripe: Los limones son ricos en vitamina C y flavonoides que trabajan en conjunto para un golpe serio contra la infección.
4. Hígado: El jugo de limón fresco añadido a un vaso grande de agua tibia en la mañana es un desintoxicante del hígado muy potente.
5. Nutrición: Los limones contienen vitamina C, ácido cítrico, flavonoides, vitaminas del complejo B, calcio, cobre, hierro, magnesio, fósforo, potasio y fibra.
6. Equilibra la química corporal: mientras que los limones son ácidos, cuando interaccionan con el metabolismo del cuerpo tienen un efecto alcalinizante sobre los fluidos corporales que ayudan a restaurar el equilibrio de pH del cuerpo.
• Alergias: Los limones contienen el fitonutriente hesperetina que ha demostrado en estudios, es auxiliar en aliviar los síntomas alérgicos.
• El cerebro y sistema nervioso: El limón contiene el potente fitonutriente tangeretina, en su cáscara, los limones han demostrado ser eficaces para los trastornos cerebrales como la enfermedad de Parkinson.
• Trastornos oculares: El fitonutriente Rutina, que también se encuentra en los limones, ha demostrado en investigaciones que sirve para mejorar síntomas de trastornos oculares, incluyendo retinopatía diabética.
• Anti-Viral: Además de ser eficaz contra los virus del resfriado y la gripe, el limonoide terpeno que se encuentra en los limones, ha demostrado efectos antivirales en varios tipos de virus.
• Diabetes: Además de mejorar los problemas oculares asociados con la diabetes, los limones contienen hesperetina que disminuye los niveles de azúcar en sangre (cuando están altos).
• Vesícula, cálculos renales: El ácido cítrico encontrado en el jugo de limón, ayuda a disolver los cálculos biliares, los depósitos de calcio, y los cálculos renales.
• Anti-Envejecimiento: La vitamina C se encuentra en los limones ayuda a neutralizar los radicales libres relacionados con el envejecimiento y la mayoría de los tipos de la enfermedad.
2. Cáncer: Los limones contienen 22 compuestos contra el cáncer, incluyendo limoneno, un aceite de origen natural que retrasa o detiene el crecimiento de los tumores de cáncer en los animales. Los limones también contienen una sustancia llamada glucósidos flavonoides que detienen la división celular en las células cancerosas.
3. Los resfriados y la gripe: Los limones son ricos en vitamina C y flavonoides que trabajan en conjunto para un golpe serio contra la infección.
4. Hígado: El jugo de limón fresco añadido a un vaso grande de agua tibia en la mañana es un desintoxicante del hígado muy potente.
5. Nutrición: Los limones contienen vitamina C, ácido cítrico, flavonoides, vitaminas del complejo B, calcio, cobre, hierro, magnesio, fósforo, potasio y fibra.
6. Equilibra la química corporal: mientras que los limones son ácidos, cuando interaccionan con el metabolismo del cuerpo tienen un efecto alcalinizante sobre los fluidos corporales que ayudan a restaurar el equilibrio de pH del cuerpo.
• Alergias: Los limones contienen el fitonutriente hesperetina que ha demostrado en estudios, es auxiliar en aliviar los síntomas alérgicos.
• El cerebro y sistema nervioso: El limón contiene el potente fitonutriente tangeretina, en su cáscara, los limones han demostrado ser eficaces para los trastornos cerebrales como la enfermedad de Parkinson.
• Trastornos oculares: El fitonutriente Rutina, que también se encuentra en los limones, ha demostrado en investigaciones que sirve para mejorar síntomas de trastornos oculares, incluyendo retinopatía diabética.
• Anti-Viral: Además de ser eficaz contra los virus del resfriado y la gripe, el limonoide terpeno que se encuentra en los limones, ha demostrado efectos antivirales en varios tipos de virus.
• Diabetes: Además de mejorar los problemas oculares asociados con la diabetes, los limones contienen hesperetina que disminuye los niveles de azúcar en sangre (cuando están altos).
• Vesícula, cálculos renales: El ácido cítrico encontrado en el jugo de limón, ayuda a disolver los cálculos biliares, los depósitos de calcio, y los cálculos renales.
• Anti-Envejecimiento: La vitamina C se encuentra en los limones ayuda a neutralizar los radicales libres relacionados con el envejecimiento y la mayoría de los tipos de la enfermedad.
Usos del VINAGRE
1.- Hace limpiadores para todo propósito vertiendo a partes iguales en una botella de spray
2.- Limpia la suciedad de tu ordenador y el ratón con un poco de vinagre
3.- Limpia el desagüe con vinagre y bicarbonato de sodio
4.- Limpia el moho
5.- Limpieza y pulido de cromo y acero inoxidable
6.- Se utiliza para desinfectar frutas
7.- Borra marcas de bolígrafo
8.- Borra las marcas de crayón de la ropa
9.- Elimina las etiquetas adhesivas y etiquetas de precio
10.- Desinfecta las tablas de cortar
11.- Restaura paneles de madera
12.- Quita manchas de la alfombra
13.- Mantiene las ventanas del automóvil libre de congelarse
14.- Quita cera de vela
15.- Oculta arañazos en los muebles de madera
16.- Deshace las líneas de agua en los muebles
17.- Renueva tu cocina
18.- Trampa de moscas de fruta, colocando un poco en un recipiente pequeño
19.- Lava tu lavadora y lavavajillas con 1/2 taza
20.- Elimina el moho de tu cortina de ducha
21.- Pone la chispa de nuevo en tu vajilla China
22.- Quita los depósitos minerales de cabezales de ducha
23.- Blanquea la lechada (juntas de mosaicos)
24.- Limpia máquinas de café
25.- Quita las manchas de las ollas y sartenes
26.- Ayuda a sanar más rápido moretones mediante la aplicación de un poco de vinagre
27.- Calma irritación de garganta haciendo gárgaras de 1 cuch. de vinagre de manzana con 1 cuch. de sal
28.- Suaviza tus cutículas
29.- Limpia tu cepillo de dientes
30.- Borra marcas de quemaduras
31.- Quita manchas viejas
32.- Absorbe las manchas de sangre
33.- Mantiene frescas las flores cortadas
34.- Revive tus pinceles
35.- Mata las malas hierbas en el patio
36.- Despega papel tapíz
37.- Limpia trapos y esponjas
38.- Mantiene alejados los huespedes de las piedras del jardín
39.- Limpia mostradores
40.- Limpia y refresca el olor de la nevera
41.- Limpia y desinfecta los juguetes del bebé
42.- Deshace los residuos tercos de quitar de la bañera
43.- Rocíe de vinagre a lo largo de las puertas para mantener las hormigas lejos
44.- Trata las manchas teñidas de Tupperware con vinagre
45.- Abrillanta fregaderos de porcelana
46.- Mima tu piel. Con una bola de algodón aplica vinagre sobre tu rostro.
47.- Trata una picadura de abeja, vertiendo un poco de vinagre sin destilar en ella
48.- Alivia las quemaduras solares con un ligero roce que con vinagre
49.- Hierve los huevos mejor mediante la adición de 2 cuch. de vinagre en el agua - evita que se agrieten
50.- Hacer panqueques esponjosos mediante la adición de 2 cuch. de vinagre
2.- Limpia la suciedad de tu ordenador y el ratón con un poco de vinagre
3.- Limpia el desagüe con vinagre y bicarbonato de sodio
4.- Limpia el moho
5.- Limpieza y pulido de cromo y acero inoxidable
6.- Se utiliza para desinfectar frutas
7.- Borra marcas de bolígrafo
8.- Borra las marcas de crayón de la ropa
9.- Elimina las etiquetas adhesivas y etiquetas de precio
10.- Desinfecta las tablas de cortar
11.- Restaura paneles de madera
12.- Quita manchas de la alfombra
13.- Mantiene las ventanas del automóvil libre de congelarse
14.- Quita cera de vela
15.- Oculta arañazos en los muebles de madera
16.- Deshace las líneas de agua en los muebles
17.- Renueva tu cocina
18.- Trampa de moscas de fruta, colocando un poco en un recipiente pequeño
19.- Lava tu lavadora y lavavajillas con 1/2 taza
20.- Elimina el moho de tu cortina de ducha
21.- Pone la chispa de nuevo en tu vajilla China
22.- Quita los depósitos minerales de cabezales de ducha
23.- Blanquea la lechada (juntas de mosaicos)
24.- Limpia máquinas de café
25.- Quita las manchas de las ollas y sartenes
26.- Ayuda a sanar más rápido moretones mediante la aplicación de un poco de vinagre
27.- Calma irritación de garganta haciendo gárgaras de 1 cuch. de vinagre de manzana con 1 cuch. de sal
28.- Suaviza tus cutículas
29.- Limpia tu cepillo de dientes
30.- Borra marcas de quemaduras
31.- Quita manchas viejas
32.- Absorbe las manchas de sangre
33.- Mantiene frescas las flores cortadas
34.- Revive tus pinceles
35.- Mata las malas hierbas en el patio
36.- Despega papel tapíz
37.- Limpia trapos y esponjas
38.- Mantiene alejados los huespedes de las piedras del jardín
39.- Limpia mostradores
40.- Limpia y refresca el olor de la nevera
41.- Limpia y desinfecta los juguetes del bebé
42.- Deshace los residuos tercos de quitar de la bañera
43.- Rocíe de vinagre a lo largo de las puertas para mantener las hormigas lejos
44.- Trata las manchas teñidas de Tupperware con vinagre
45.- Abrillanta fregaderos de porcelana
46.- Mima tu piel. Con una bola de algodón aplica vinagre sobre tu rostro.
47.- Trata una picadura de abeja, vertiendo un poco de vinagre sin destilar en ella
48.- Alivia las quemaduras solares con un ligero roce que con vinagre
49.- Hierve los huevos mejor mediante la adición de 2 cuch. de vinagre en el agua - evita que se agrieten
50.- Hacer panqueques esponjosos mediante la adición de 2 cuch. de vinagre
domingo, 9 de septiembre de 2012
martes, 21 de agosto de 2012
miércoles, 15 de agosto de 2012
Introducción a ¿Qué es la filosofía? de Deleuze
El audio es bastante deficiente, pero el texto muy bello, se resuelve usando auriculares.
martes, 7 de agosto de 2012
Acceder a la filosofía
"Creo que nadie puede acceder nunca a la filosofía si no es a partir de un gran disgusto, es decir de un profundo estado de descontento. A la filosofía se acude siempre en virtud del descubrimiento de una fractura en el seno de lo real. Fractura que se oculta al sentido común merced a una cuidadosa labor de sutura al cuidado de las instituciones encargadas de normalizar la inteligencia. Fractura que aparece ante los ojos del filósofo en virtud de un entramado anecdótico siempre insignificante, ya que si algo nos enseña la filosofía es a desaprender a decir "yo"".
José Blanco Regueira.
viernes, 3 de agosto de 2012
sábado, 28 de julio de 2012
Los Amantes
¿Quién los ve andar por la ciudad si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla entre sus dedos,
lenguas dulces
lamen la húmeda palma,
corren por las falanges,
y arriba está la noche
llena de ojos.
Son los amantes,
su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped,
hacia puertos que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos
se miran y se tocan una vez más
antes de oler el día.
Ya están vestidos,
ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos,
cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera
hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.
Julio Cortázar
viernes, 20 de julio de 2012
jueves, 19 de julio de 2012
miércoles, 18 de julio de 2012
Otto Hans Adolf Gross
“Era médico nietzscheano, psicoanalista freudiano, anarquista, sacerdote de la liberación sexual, maestro de orgías, enemigo del patriarcado, cocainómano y morfinómano disoluto.”
Richard Noll.
Richard Noll.
“Los mejores espíritus revolucionarios alemanes han sido educados y directamente inspirados por él. En muchas de las creaciones poderosas de la joven generación, uno encuentra esa específica agudeza de sus ideas y las consecuencias de largo alcance que fue capaz de inspirar.”
Otto Kaus.
Schwabing, al norte de la ciudad de Munich, bullía de agitación intelectual ya desde finales de la centuria anterior. Allí vivían o habían vivido y trabajado algunos de los más destacados escritores y artistas del ámbito germanoparlante europeo: desde los hermanos Mann o Rainer Maria Rilke hasta Oskar Panizza o los jóvenes vates que orbitaban en torno al poeta / profeta Stefan George. En los cafés de la zona se proyectaban las revoluciones artísticas y políticas del siglo que echaba a andar. En el Simplicissimus de la Türkenstrasse reinaba el escritor, cabaretista y pintor Joachim Ringelnatz; el régimen parecía ser algo más democrático, sin embargo, en el Café Stefanie emplazado en la Amalienstrasse, y al que muchos llamaban Café Grössenwahn (Café Megalomanía) por la densidad de genios que concentraba en espacio tan reducido. Se sabe que un exiliado ruso de nombre Vladimir Ilich Ulianov frecuentaba el barrio antes de que estallase la guerra, y con el tiempo se llegaría a decir que la revolución consejista de Baviera se había gestado en las madrugadas del Stefanie. No era nada fácil, pues, destacar en un ambiente en el que los futuros dadá Emmy Hennings y Hugo Ball comenzaban a tramar la destrucción del arte o en el que anarquistas como Erich Mühsam o socialistas como Leonhard Frank pergeñaban la del orden burgués. Y, aun así, había una mesa que debía de llamar particularmente la atención del visitante desinformado. La presidía un joven de pelo crespo y barba de fauno, con el chaleco siempre condecorado de motas blancas de cocaína, que recitaba a Nietzsche de corrido, predicaba la liberación libidinal y ofrecía improvisadas sesiones de psicoanálisis a quien quisiera probar la eficacia de los nuevos métodos del doctor vienés Sigmund Freud. Se llamaba Otto Gross y, en aquellos tiempos –pongamos entre 1906 y 1913-, rondaba los treinta años de edad. Su amigo Leo Frank recordaría algo más tarde: “El Café Stefanie era su universidad […] y [Gross] era un Profesor con una Cátedra situada en una mesa cerca de la estufa”.
Otto Hans Adolf Gross había nacido un 17 de marzo de 1877 en la ciudad austriaca de Gniebing. Recibió la esmerada educación que era propia de la burguesía centroeuropea finisecular y, después de sufrir a numerosos tutores y pasar por diversos colegios privados, se doctoró en medicina y empezó a interesarse por la disciplina psiquiátrica. Como su padre. De hecho, antes de que Otto Gross fuese Otto Gross, ya era conocido como el hijo del insigne doctor Hans Gross, una eminencia cuyo talento era reconocido en toda Europa, y aun fuera de ella. Gross padre era nada más y nada menos que el fundador de la criminología científica moderna. Era abogado de formación, pero el hecho de haber ejercido como magistrado de investigación le obligó a recorrer toda Austria analizando pruebas criminales. Así comprendió la necesidad de un acercamiento multidisciplinar al estudio del crimen que tuviese en cuenta, entre otras, las dimensiones químicas, biológicas y clínicas de la conducta desviada, pero sin descuidar, por ejemplo, las aportaciones de las novedosas técnicas de asociación psicológica que jóvenes científicos como el doctor Carl Gustav Jung estaban poniendo en marcha a la sazón. Según afirma Richard Noll, “en su famoso Instituto de Criminología reunió una colección de objetos didácticos para la formación del moderno criminólogo entre los que se incluía una inolvidable exhibición de cráneos de hombres asesinados. También había vitrinas con venenos mortales, armas de fuego, balas, bastones-espada, cañones de fusil, así como libros maravillosos, filtros de amor, cartas astrológicas y versos mágicos que aportaban pistas sobre la mente criminal supersticiosa”. Hans Gross era además un ferviente católico romano, ultraconservador en lo político, antisemita y tan racista como permitían el decoro y las buenas costumbres de alta burguesía germana, que era –por cierto- mucho. A su ver, la razón científica era un instrumento de orden que debía servir a las necesidades del Estado.
Los primeros pasos de la carrera profesional de Otto Gross se producen a la sombra del padre. En sus textos primerizos hay de hecho un punto de lombrosismo evolutivo que, en todas las ocasiones, sirve para apuntalar las convenciones burguesas y que, sin duda, debe mucho al influjo del viejo Hans. Sin embargo, Otto elige pronto la senda torcida. En poco tiempo se convierte en un negador radical de esas mismas convenciones, en un bohemio que predica el desarreglo de todos los sentidos y se caga en las instituciones sobre las que asienta su régimen de terror el decadente orden capitalista y en un luchador por la causa del comunismo matriarcal. El uso de sustancias psicoactivas desde los veintipocos y el descubrimiento del psicoanálisis freudiano algo después contribuirán en forma notable a dicha transformación. Por lo que se refiere a las drogas, se sabe que Gross había empezado a consumir allá por el año 1898. En un viaje a tierras sudamericanas que realiza entre 1900 y 1901 alivia el aburrimiento con los fármacos que contiene su botiquín de médico del barco; las dosis que entonces se suministra no son muy grandes, pero un año después ya es un adicto a la morfina que necesita inyectarse al menos un par de veces al día si quiere cumplir con sus funciones como médico en el hospital psiquiátrico de Graz. Enseguida ya ni siquiera es capaz de trabajar y se pasa la vida en los cafés de la bohemia, donde piensa, charla y escribe. Alarmado, su padre lo envía a la clínica Burghölzli, en Zúrich, para que lo sometan a una cura de desintoxicación. Es la misma clínica en la que, por cierto, ejerce el doctor C. G. Jung, aunque no hay constancia de que tratase a Gross durante esta primera estancia. Otto Gross es ingresado en abril de 1902 y, tras unos meses bajo observación, un miembro de la plantilla médica emite su diagnóstico final: el joven doctor padece una “psicopatía grave”. Con todo, recibirá el alta médica en el mes de julio de ese mismo año.
El interés de Gross por la obra de Freud data más o menos de las mismas fechas. En 1907, después de pasar una corta temporada en la conocida clínica muniquesa del psiquiatra Emil Kraepelin, publica un libro en el que contrasta la propuesta biologicista de este último con el psicoanálisis freudiano y cuyo saldo resulta favorable para Freud. La obra llama pronto la atención del círculo psicoanalítico de Viena, que busca prosélitos ilustres y preferiblemente arios, pues el origen judío de su padre fundador y de muchos de sus miembros despertaba la suspicacia de unos medios intelectuales mayoritariamente antisemitas. Jung era ario, y también Otto Gross; de ahí que resultasen tan valiosos para la causa. En una carta enviada al primero de ellos, Freud reconocerá: “Usted es el único capaz de hacer una contribución original; con la excepción, tal vez de O. Gross, pero por desgracia éste no goza de buena salud”. Y Freud no se equivocaba, la aportación de Gross a la teoría y la práctica del psicoanálisis sería de lo más peculiar, pero implicaba de pasada un segundo atentado contra la figura del Padre: si Gross ya había matado simbólicamente a su padre biológico, no tardaría en hacer otro tanto con Freud como progenitor y guía espiritual. En Gross, en efecto, el psicoanálisis se convierte, junto con la obra de Nietzsche, en un arma revolucionaria que se desvía del tratamiento individual de las dolencias psíquicas para apuntar a la liberación de los instintos primordiales – como fuente de creatividad- frente a las constricciones castradoras de la civilización patriarcal. Además –y como señala de nuevo Richard Noll-, gracias a Gross, el psicoanálisis deja de ser un objeto de consumo de la burguesía más o menos neurotizada para integrarse en la contracultura bohemia, iniciando una fascinación que habrá de prolongarse durante decenios. Sin saberlo y acaso sin pretenderlo, Otto Gross se estaba adelantando de esta manera a las propuestas del apóstata Wilhelm Reich y de los surrealistas.
El interés de Gross por la obra de Freud data más o menos de las mismas fechas. En 1907, después de pasar una corta temporada en la conocida clínica muniquesa del psiquiatra Emil Kraepelin, publica un libro en el que contrasta la propuesta biologicista de este último con el psicoanálisis freudiano y cuyo saldo resulta favorable para Freud. La obra llama pronto la atención del círculo psicoanalítico de Viena, que busca prosélitos ilustres y preferiblemente arios, pues el origen judío de su padre fundador y de muchos de sus miembros despertaba la suspicacia de unos medios intelectuales mayoritariamente antisemitas. Jung era ario, y también Otto Gross; de ahí que resultasen tan valiosos para la causa. En una carta enviada al primero de ellos, Freud reconocerá: “Usted es el único capaz de hacer una contribución original; con la excepción, tal vez de O. Gross, pero por desgracia éste no goza de buena salud”. Y Freud no se equivocaba, la aportación de Gross a la teoría y la práctica del psicoanálisis sería de lo más peculiar, pero implicaba de pasada un segundo atentado contra la figura del Padre: si Gross ya había matado simbólicamente a su padre biológico, no tardaría en hacer otro tanto con Freud como progenitor y guía espiritual. En Gross, en efecto, el psicoanálisis se convierte, junto con la obra de Nietzsche, en un arma revolucionaria que se desvía del tratamiento individual de las dolencias psíquicas para apuntar a la liberación de los instintos primordiales – como fuente de creatividad- frente a las constricciones castradoras de la civilización patriarcal. Además –y como señala de nuevo Richard Noll-, gracias a Gross, el psicoanálisis deja de ser un objeto de consumo de la burguesía más o menos neurotizada para integrarse en la contracultura bohemia, iniciando una fascinación que habrá de prolongarse durante decenios. Sin saberlo y acaso sin pretenderlo, Otto Gross se estaba adelantando de esta manera a las propuestas del apóstata Wilhelm Reich y de los surrealistas.
Pero lo cierto es que Freud y Nietzsche no bastan. Las trayectorias teóricas de estos dos maestros de la sospecha se entrecruzan de hecho en la vida de Gross con las de Kropotkin y los pensadores anarquistas, pero también con las del ‘antropólogo’ Johann Jakob Bachofen, en una síntesis de elementos aparentemente contradictorios a la que sería difícil asignarle una etiqueta de clasificación académica. La obra de Bachofen en general y en particular Das Mutterrecht [El derecho matriarcal, 1861] va a ocupar un lugar central y a desempeñar la función de un pivote organizador de esa ecléctica amalgama por cuanto provee a Gross de una suerte de marco explicativo global y de un soporte histórico-etnológico para su proyecto de emancipación erótico-política. Por resumirlo mucho, lo que Bachofen ofrecía en su libro de comienzos de los sesenta era un “modelo por etapas” de la evolución cultural del homo sapiens sapiens que permitía reducir el “ruido y la furia” de la historia de la especie a unos cuantos elementos de comprensión racional. Según parece, la obra de Bachofen había llegado hasta los medios de la bohemia muniquesa a través de Ludwig Klages, que la había dado a conocer a sus camaradas del Círculo Cósmico de Stefan George ya a comienzos de siglo. Es más que probable que a Gross se le despertase el interés por las tesis del antropólogo suizo gracias a que mantenía contacto cotidiano con varios miembros del grupo. Dicho sea en una aparte,Das Mutterrecht será también un recurso bibliográfico de primer orden para el Engels de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Pero ésta es otra historia.
En El derecho matriarcal, Bachofen defendía que la humanidad había pasado al menos por tres estadios de evolución cultural. En el origen se encontraba lo que el autor llamaba ‘hetairismo’ o periodo ‘telúrico’; una etapa que, en su opinión, estaba marcada por el simbolismo de la tierra y en la que no existían ni la agricultura, ni el matrimonio ni otras instituciones sociales que ahora tenemos por naturales. Los seres humanos se organizaban entonces en pequeñas agrupaciones nómadas en las que dominaba un comunismo tanto económico como libidinal. A ésta le seguiría la etapa del matriarcado propiamente dicho (Mutterrecht). En este momento comienza la agricultura y la domesticación de los animales y, aunque aparecen las primeras instituciones sociales en su forma más rudimentaria, siguen primando los valores igualitarios. Según Bachofen, en este segundo período domina el culto a la Madre Tierra y se glorifica el cuerpo humano. El tercer y último estadio corresponde al patriarcado, caracterizado por el culto al sol, por la exaltación del intelecto y por el control de la sociedad mediante leyes. La originalidad de Otto Gross a la que hacía alusión Freud en la carta citada destella aquí con intensidad, porque lo que Gross va a hacer básicamente es corregir y completar las teorías de la evolución ontogenética de la psique provistas por el psicoanálisis con las tesis de Bachofen sobre el desarrollo filogenético de la especie humana con vistas a desarrollar un método eficaz de terapia no individual, sino social y revolucionaria. Si es cierto –pensaba Gross- que los seres humanos han vivido en pequeñas comunidades nómadas y polígamas durante decenas de miles de años, entonces es harto probable que sus descendientes no hayan sido capaces de desarrollar todas las adaptaciones que resultarían funcionales a un régimen sometido al imperio del Nombre del Padre. El origen de las enfermedades mentales, del malestar en la civilización, se halla justamente aquí, y por eso es necesario acabar con el patriarcado –y su última figura, la sociedad burguesa- y restaurar la poligamia, la igualdad social y el predominio de la simbología femenina.
En El derecho matriarcal, Bachofen defendía que la humanidad había pasado al menos por tres estadios de evolución cultural. En el origen se encontraba lo que el autor llamaba ‘hetairismo’ o periodo ‘telúrico’; una etapa que, en su opinión, estaba marcada por el simbolismo de la tierra y en la que no existían ni la agricultura, ni el matrimonio ni otras instituciones sociales que ahora tenemos por naturales. Los seres humanos se organizaban entonces en pequeñas agrupaciones nómadas en las que dominaba un comunismo tanto económico como libidinal. A ésta le seguiría la etapa del matriarcado propiamente dicho (Mutterrecht). En este momento comienza la agricultura y la domesticación de los animales y, aunque aparecen las primeras instituciones sociales en su forma más rudimentaria, siguen primando los valores igualitarios. Según Bachofen, en este segundo período domina el culto a la Madre Tierra y se glorifica el cuerpo humano. El tercer y último estadio corresponde al patriarcado, caracterizado por el culto al sol, por la exaltación del intelecto y por el control de la sociedad mediante leyes. La originalidad de Otto Gross a la que hacía alusión Freud en la carta citada destella aquí con intensidad, porque lo que Gross va a hacer básicamente es corregir y completar las teorías de la evolución ontogenética de la psique provistas por el psicoanálisis con las tesis de Bachofen sobre el desarrollo filogenético de la especie humana con vistas a desarrollar un método eficaz de terapia no individual, sino social y revolucionaria. Si es cierto –pensaba Gross- que los seres humanos han vivido en pequeñas comunidades nómadas y polígamas durante decenas de miles de años, entonces es harto probable que sus descendientes no hayan sido capaces de desarrollar todas las adaptaciones que resultarían funcionales a un régimen sometido al imperio del Nombre del Padre. El origen de las enfermedades mentales, del malestar en la civilización, se halla justamente aquí, y por eso es necesario acabar con el patriarcado –y su última figura, la sociedad burguesa- y restaurar la poligamia, la igualdad social y el predominio de la simbología femenina.
Así que a la altura de 1906, cuando Gross hijo comienza a frecuentar los cenáculos de la cultura disidente del área de Schwabing, ya está pertrechado con una muy particular visión del mundo y con un arsenal conceptual que le va a permitir atacar con fiereza las convenciones del medio social del que proviene. A pesar de todo, la ruptura con tales medios nunca va a ser definitiva; no podía serlo. Gross padre vigila siempre desde las alturas y, una y otra vez, trata de someter al hijo díscolo. Por otra parte, el credo poligámico de Otto arrastra la rémora de su temprano matrimonio con Frieda Schloffer –temprano, no por la juventud de ambos, sino porque entonces Gross todavía no se había independizado intelectualmente-, con la que tendrá un par de hijos a los que se bautizará con el nombre de Peter. En cualquier caso, ni la vida familiar ni los cantos de sirena del mundo clínico y académico logran embridar la naturaleza nómada e inquieta de Gross. En la misma época entra como un ciclón en el círculo de intelectuales burgueses que Max Weber y esposa animaban en la ciudad de Heidelberg. Desde 1907 se aloja en el hogar de Edgar Jaffe, el más cercano de los colegas del padre de la sociología alemana. En poco tiempo Otto deja embarazada a Else, la esposa de Jaffe, y establece relaciones sexuales con la hermana de ésta, Frieda Weekly. Y el efecto es similar por donde quiera que pasa. Son éstos también los años en los que su existencia fluctúa entre los ambientes canallescos de Munich, la relativa calma de Zurich y la utopía encarnada en Ascona.
Ascona es un pueblecito del cantón de Ticino situado en una ensenada del Lago Maggiore, en plenos Alpes suizos. Hoy en día, con su campo de golf de 18 hoyos, sus tiendas chic y sus restaurantes para gourmets, es destino turístico del pijerío europeo. Pero su clientela era muy diferente antes de que estallase la Primera Guerra Mundial. Ya desde la década de los años setenta del siglo anterior el enclave había llamado la atención de muchos perseguidos en una Europa agitada tras los acontecimientos de París. Pronto la zona se llenó de anarquistas rusos refugiados, entre los que destacaba la figura imponente de Mijail Bakunin. A comienzos del siglo XX, dos curiosos personajes, Ida Hoffmann, profesora de piano, y Henri Oedenkoven, hijo de un conocido industrial, se mudaron a un monte situado sobre la ciudad que llevaba –y lleva- un oportuno nombre en italiano: Monte Verità. Allí emplazaron una suerte de comuna naturalista que habría de satisfacer su hambre de naturaleza salvaje y su aversión por el mundo civilizado. En poco tiempo, la noticia se difundió entre la bohemia centroeuropea y Ascona se repobló con heterodoxos de todo pelaje: naturistas neorrománticos, seguidores de los círculos teosóficos, aspirantes a artista, ácratas, pacifistas, escritores y pintores inclasificables y algún que otro miembro de la familia psicoanalítica. La lista es larga y difícil ser exhaustivos, pero digamos que por allí pasaron gentes como el ya citado Erich Mühsam, Ernst Frick, Otto Braun, los hermanos Gräser, Alexej Jawlensky, Marianne von Werefkin, Paul Klee, Hans Arp, Hugo Ball o Hermann Hesse. Y también, por supuesto, Carl Gustav Jung y Otto Gross, que encontró en Monte Verità terreno fértil en el que hacer fructificar sus ideas. No es extraño, pues, que en Das grosse Wagnis, una novela que Max Brod publica en 1918, Gross se transmute en la figura del dictatorial ‘Doctor Askonas’.
Ascona es un pueblecito del cantón de Ticino situado en una ensenada del Lago Maggiore, en plenos Alpes suizos. Hoy en día, con su campo de golf de 18 hoyos, sus tiendas chic y sus restaurantes para gourmets, es destino turístico del pijerío europeo. Pero su clientela era muy diferente antes de que estallase la Primera Guerra Mundial. Ya desde la década de los años setenta del siglo anterior el enclave había llamado la atención de muchos perseguidos en una Europa agitada tras los acontecimientos de París. Pronto la zona se llenó de anarquistas rusos refugiados, entre los que destacaba la figura imponente de Mijail Bakunin. A comienzos del siglo XX, dos curiosos personajes, Ida Hoffmann, profesora de piano, y Henri Oedenkoven, hijo de un conocido industrial, se mudaron a un monte situado sobre la ciudad que llevaba –y lleva- un oportuno nombre en italiano: Monte Verità. Allí emplazaron una suerte de comuna naturalista que habría de satisfacer su hambre de naturaleza salvaje y su aversión por el mundo civilizado. En poco tiempo, la noticia se difundió entre la bohemia centroeuropea y Ascona se repobló con heterodoxos de todo pelaje: naturistas neorrománticos, seguidores de los círculos teosóficos, aspirantes a artista, ácratas, pacifistas, escritores y pintores inclasificables y algún que otro miembro de la familia psicoanalítica. La lista es larga y difícil ser exhaustivos, pero digamos que por allí pasaron gentes como el ya citado Erich Mühsam, Ernst Frick, Otto Braun, los hermanos Gräser, Alexej Jawlensky, Marianne von Werefkin, Paul Klee, Hans Arp, Hugo Ball o Hermann Hesse. Y también, por supuesto, Carl Gustav Jung y Otto Gross, que encontró en Monte Verità terreno fértil en el que hacer fructificar sus ideas. No es extraño, pues, que en Das grosse Wagnis, una novela que Max Brod publica en 1918, Gross se transmute en la figura del dictatorial ‘Doctor Askonas’.
En 1908, una nueva intervención de Hans Gross lleva a su hijo al hospital psiquiátrico. Como paciente, no como facultativo. El lugar elegido es, una vez más, el feudo suizo de Jung: la clínica Burghölzli, de la que ya se habló más arriba. Parece que Jung pospuso su aceptación, pues había conocido a Gross hijo en el Congreso de Neuropsiquiatría que se había celebrado en Ámsterdam el año anterior y, sencillamente, no le había caído nada bien. Pero la insistencia del padre y la intervención de Freud vencieron las reticencias del descubridor del ‘inconsciente colectivo’. La idea de Freud era que Jung aceptase a Gross para deshabituarlo del consumo de opio y de cocaína, que cada vez afectaba más a su vida cotidiana, comenzar el análisis y después trasladarlo a Viena, donde podría llevarse a cabo un tratamiento más profundo. Lo curioso del asunto es que el más afectado por la relación psicoanalítica, el que realmente salió transformado, no fue Gross sino Jung. El transfert que suele producirse en la sesión tiene estas cosas, sobre todo si uno ha de enfrentarse a una naturaleza tan fuerte como la de Otto Gross. Sea como fuere, el analista suizo fue convirtiéndose paulatinamente a la fe poligámica de Gross e incorporando no pocas ideas de éste a su propia doctrina (la díada extraversión / introversión pueden, por ejemplo, anotarse en el ‘debe’ de Jung). Sin embargo, los derroteros que ambos seguirían en el futuro serían divergentes. Mientras Gross profundizó en su intento de síntesis entre las propuestas del psicoanálisis y el proyecto igualitario del anarquismo o del comunismo, en los últimos años de su vida; Jung fundó “un culto mistérico espiritista de renovación y renacimiento” (Noll), que debía mucho al neopaganismo de los medios nacional-revolucionarios alemanes de la época y que, con el tiempo, lo conduciría a simpatizar con el nazismo.
Tengo una cita
"El arte es lo contrario de las ideas generales, sólo describe lo individual, no desea más que lo único. No clasifica: desclasifica. En lo que nos atañe, nuestras ideas generales pueden ser semejantes a las que circulan en el planeta Marte mientras tres líneas que se cortan forman un triángulo en todos los puntos del universo. Pero mirad una hoja de árbol, con sus caprichosas nervaduras, sus tonos variados por la sombra y el sol, la hinchazón que en ella levanta la caída de una gota de lluvia, la picadura dejada por un insecto, la huella argentada del pequeño caracol, el primer dorado mortal con que la marca el otoño; os desafío a buscar una hoja exactamente igual en todos los grandes bosques de la tierra. No hay ciencia del tegumento de un folíolo, de los filamentos de una celdilla, de la curvatura de una vena, de la manía de un hábito, de las rarezas de un carácter. Que tal persona haya tenido la nariz torcida, un ojo más alto que el otro, o nudosa la articulación del brazo; que haya solido comer pechuga de pollo a tal hora, que haya preferido el Malvoise al Chateau-Margaux, eso si no tiene paralelo en el mundo."
Marcel Schwob
Marcel Schwob
lunes, 16 de julio de 2012
sábado, 14 de julio de 2012
miércoles, 11 de julio de 2012
domingo, 8 de julio de 2012
sábado, 26 de mayo de 2012
domingo, 13 de mayo de 2012
jueves, 10 de mayo de 2012
Si uno se deja intervenir por la medicina alopática y permite que le EXTIRPEN el cáncer y uno no quita la pauta mental que lo ha creado, los médicos irán cortando trozos del "paciente" hasta que no haya más paciente que cortar.
Si uno logra identificar el resentimiento y lo procesa (lo acepta y deja de sentir CULPA por sentir así), uno empieza a sanar.
CAMBIA LOS MITOS QUE HAS ADOPTADO COMO VERDADES Y CÁMBIALOS POR LA VERDAD
sábado, 28 de abril de 2012
lunes, 9 de abril de 2012
martes, 24 de enero de 2012
Cartas a un joven poeta - Rilke
París, a 17 de febrero de 1903
Muy distinguido señor:
Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices.
Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura.
Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más claramente lo percibo es en el último poema: "Mi alma". Ahí hay algo propio que ansía manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos "A Leopardi" parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.
Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.
Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de gran bondad el que aun se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.
Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.
Con todo afecto y simpatía,
Rainer Maria Rilke
Muy distinguido señor:
Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices.
Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura.
Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más claramente lo percibo es en el último poema: "Mi alma". Ahí hay algo propio que ansía manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos "A Leopardi" parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.
Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.
Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de gran bondad el que aun se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.
Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.
Con todo afecto y simpatía,
Rainer Maria Rilke
domingo, 15 de enero de 2012
domingo, 8 de enero de 2012
Rainier María Rilke
Las elegías de Duíno
Primera elegía
¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos.
Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.
Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada?
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.
Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.
Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.
Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?
* * *
Segunda elegía
Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
escalones, tronos, espacios del ser, escudos
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
rostros, la propia belleza que han irradiado.
Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
nos desvanecemos en él y en torno suyo.
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
de nosotros lo que es nuestro, como el calor
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).
Los amantes podrían, si lo comprendieran,
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
de largo sobre todas las cosas como un cambio
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.
Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín:
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!
¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas,
de la prudencia de los gestos humanos? El amor
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
de seres hechos de otra materia que nosotros?
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
tocarnos así; que los dioses nos aprieten
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
de cuerpos divinos, en los que se contenga más.
De "Las Elegías de Duíno" 1922
Rainier María Rilke
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