¿es por ventura culpa de los seres mismos
ser lo que son? ¿Acaso ahora saben ellos
lo que hacen? ¿O lo sabes tú, que todavía
enarcas el entrecejo y alzas vanamente
el iracundo puño? Míralos abajo,
de la ventanilla del avión que nos arrastra:
hela ahí la tierra toda ya cuadriculada
de remiendos pardos de barbecho y otros verdes
surcos tan iguales, y por las laderas
árboles al tresbolillo, y carreteras negras
y canales destelleantes que las van cruzando
¡con qué orden y capricho! ¡Cuales hormiguitas
hacendosas y discretas! ¿Ves?: ni se las oye
ni se las ve siquiera; y hasta tiene gracia
ese polvo luminoso que de sus ciudades
transpira por la noche; y estos ramalazos
de fuego que hacia nuestro trimotor escupen
sus baterías, ¿no son una fiesta breve
de la sombra eterna? Cierto que es verdad que tienen
una condenada naturaleza, si es que puede
llamarse naturaleza a semejante cosa:
a los pechos de la ley los han criado, y ellos
se enredan en las mallas, como leoncillos
nacidos ya en el circo, cuya vida nada
puede ser sino esa su prisión y, dentro de ella,
la intermitente fiebre de debatirse contra
la red inextricable. Así los ves que trazan
linderos en el mapa infinito, y dicen:
“De aquí hasta aquí, doscientas trece hectáreas mías”,
y plantan los mojones y las alambradas,
que al que las tocó le abrasan los alambres mismos;
y apuñalan a la hembra que le dijo: “Tuya
para siempre”, y que una tarde, como pasa, cuando
se transforma el otro en uno, se les fue con otro.
Porque es que lo que atenta contra las fronteras
de su posesión está a los límites atentando
de su definición y abriendo puerta a todos
los vientos de la malsegura noche, en donde
su muerte sienten amanecer: esto es, la muerte
de su ser. Y así, son hombres o mujeres, parias
o capitalistas, justos o perversos, indios
o norteamericanos; porque lo que importa
es ser lo que se es. Por eso se ha inventado
la guerra y las verdades y el Amor y tantos
ministerios laborales; y por eso mienten
y, en conscuencia, matan, y si el caso llega,
se matan ellos mismos, demostrando en vivo
que la vida ya no es nada, sino en todo caso,
del ser materia propia.Y hasta son, por cierto,
tan necios y pedantes que, tras el invento
de la familia, y la nación, y la persona,
y las clases, y las razas, izan todavía
la bandera de la Humanidad y se proclaman
del Hombre defensores y de sus derechos
naturales, y los hombres, irrisoriamente,
se hacen humanistas, como los alemanes
devenían alemanistas, o como oficinistas
los oficinistas, y los leones, si pudieran,
se harían leonistas, o como era Lope
lopista por esencia. Bien, así son ellos;
¿quién va a negarlo? Pero y ¿qué? Aquí ¿a qué viene
todo eso? ¿A quién le importa? ¿Quién lo dice? Eso
que son no era lo que aquí cantar querías,
sino aquellos que parece que puedan asimismo
no ser. Empresa dura y desairada ésta
de cantar lo que no es. Pues ¿quién te paga? ¿Quiénes
van a agradecértelo? Ni escribes sinfonías
para bandas militares ni a los batallones
de trabajadores les compones algun hímno
que acompase el ritmo de sus brazos, ni novelas
que lean en el metro, ni sagaces hojas
que expongan a los jóvenes los mecanismos
de la explotación, ni grabas siquiera discos
que animen a las parejas en la cama y viertan
el consuelo de la pena de averiguar que acaso
el amor era también producto del consumo
del tiempo libre. Así que entonces, ¿para quiénes?
¿Qué fundación, qué suscripción, qué Dios, qué ojos
sonrientes de muchacha, qué palmada amiga
en el lomo va a venir a sustentarte para
seguir desarrollando el tema de la gloria
de no ser? Como no esperes que las ovejas tontas
o los escasos linces que queden por la tierra,
o las estrellas, o los juncos de los ríos,
vayan a pagarte... Pero nada son; pues todo
lo que es lo es el Hombre, y hasta ellos hombre
son a sus manera. Ni tampoco cuentes con que
tú mismo vayas a pagarte la fatiga
de decir las loas a la nada; que tú mismo
tampoco eres diferente de los otros:
eres ellos. Nada ganaré: la cara inversa
del ser no es moneda. Pero todavía,
si premio ya ninguno hubiera, pero al menos
se pudiera...Mas me temo, al roce de estos labios,
que el no ser mismo se convierta en una rosa,
una bandera más que guíe por las calles
batallones enardecidos de la fe en la nada
negativa. Pero, en fin, de todas las maneras,
¿qué vas a hacer? Te han enseñados a hablar: revientas
si no hablas. Y además encima quieren que esta
carnosa boca y estos ojos en que ardía
la miel del sueño, y esta mano de catorce
nudillos, tus rodillas y tobillos y este
dorado cuerpo tenga que morirse un día
cualquiera, por el hecho de que yo me muera,
sin protestar. Pues ea, sigue ya adelante,
sermón el más ingrato que jamás saliera
de boca humana. Lo que si tendrás cuidado
con una cosa : para decir las alabanzas
de aquello que no es nada, no te irás derecho
al bulto, no caerás estúpido en la trampa
de decir la nada misma, sino que astutamente
hablarás un poco de las cosas infinitas
que los seres pueden ser: al ser por su palabra
cogerás, que dice que él,que es uno, al mismo tiempo
es muchos; golpeando infatigablemente
sobre el ser al rojo vivo,irás manifestando
su naturaleza de materia plástica, hasta
que gritarle puedas, devolviéndole su propio
insulto habitual: "La que es una cualquiera
no es nadie”; y de ese modo, sin decir la nada,
que es hacerla ser, habrás colaborado a hacerla
la indecible nada de los seres. Ahí los tienes:
míralos, tan móviles y tan dóciles a toda
querencia, como gusanos verbeneando, prestos
a trocarse a cada paso de gusano en queso,
de queso en gusano al punto,y otra vez en queso
de gusano, y en gusano impenitentemente
de queso; metamorfosis éstas, por supuesto,
meramente nominales:pues lo que llamaban
ámbito ni circunstancias eran asimismo
los circundados, que a su turno circunstantes
eran a la vez. Porque ello es que todo es causa
de todo, y todos uno.
Agustín García Calvo
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